top of page

El camino de conversión pastoral de la Iglesia a los afrodescendientes

UN PROCESO DE VISIBILIZACIÓN Y RECONOCIMIENTO DEL ROSTRO AFRODESCENDIENTE DE LA IGLESIA EN AMÉRICA LATINA

Primera etapa (1955-1979):

la iglesia comienza a ver la pluralidad cultural

Aunque en la primera Conferencia Episcopal Latinoamericana realizada en Río de Janeiro Brasil en 1955, la Iglesia en América Latina comenzó a plantearse la necesidad de un acompañamiento pastoral más adecuado o específico para los “indios”, para ella, los negros aún eran invisibles como pueblos específicos. Por eso, hasta antes del Concilio Vaticano II que se realizó en los años 1962-1965 y algunos años posteriores predominó la AUTOEVANGELIZACIÓN de los pueblos afrodescendientes, es decir, el acompañamiento religioso para hacer sentir que Dios estaba y caminaba con ellos, lo realizaban figuras de autoridad religiosa tradicional como rezanderos, cantores, curanderos… que vinculaban salud, fe y salvación, elementos que en la cosmovisión afro van juntos.

En 1968, unos meses antes de la II Conferencia Episcopal Latinoamericana que se realizaría en Medellín Colombia, se realizó un encuentro de obispos misioneros en la ciudad de Melgar en ese mismo país sudamericano.

En ese encuentro los obispos que trabajaban directamente con poblaciones indígenas y afrodescendientes comenzaron a señalar la importancia de reconocer la pluralidad cultural latinoamericana, sobre todo en la pastoral que aún estaba ensombrecida por los procesos de integración colonial enfocados en la uniformidad estructural de la Iglesia.

La reflexión y propuesta en ese entonces era la de aceptar y reconocer la presencia de Dios en la historia de los diferentes pueblos latinoamericanos y, por lo mismo, era necesario replantear las modalidades evangelizadoras uniformes y adecuarlas a las diferencias culturales de los pueblos que conformaban la Iglesia en América Latina.

Se pedía que la Iglesia renovara su actitud y su metodología evangelizadora en el horizonte del diálogo con las culturas a partir de la valoración de las “semillas del Verbo” que el Concilio Vaticano II pedía descubrir, reconocer, valorar y fortalecer (AG 15). Esto, en concreto, implicaba aterrizar en una liturgia encarnada y en una estructura eclesial adecuada a las realidades socioculturales locales.

Los modelos de integración nacional predominantes en esos tiempos y la visión que se tenía de la Iglesia de utilizar el mismo “formato” greco-latino en todos los pueblos independientemente de sus diferencias culturales con el fin de uniformarlos según el modelo que en ese tiempo se consideraba “universal”, era el muro que se debía derribar para abrir caminos de inculturación del Evangelio y así, el patrimonio cultural y espiritual de los pueblos enriquecieran más a la Iglesia y también a sus respectivas naciones.

La nueva visión de la evangelización que se proponía en América Latina planteaba la valorización teológica de la historia y de las expresiones culturales de cada pueblo para superar el hábito de promover una iglesia colonial y monocultural.

El nuevo horizonte de acompañamiento evangelizador que se comenzaba a dibujar planteaba la visión positiva, de parte de los evangelizadores, de las diferentes culturas para que pudieran reconocer la presencia del Espíritu de Dios en ellas. Esta visión es la que debería facilitar el diálogo con ellas para descubrir cómo Cristo está ya presente salvando a los pueblos.

Con el Concilio Vaticano II y con las luces y propuestas de los obispos misioneros en Melgar, se hizo evidente la falta de encarnación de la Iglesia en las diversas realidades que acompañaba y esto no favorecía el nacimiento y fortalecimiento de iglesias autóctonas.

Las raíces de la mentalidad, estructura y metodologías de la evangelización en el continente estaban fuertemente arraigadas en el formato de implantación colonizadora del siglo XVI que se basó en la transmisión desencarnada de la fe porque, en esos tiempos, no se reconocía el derecho de los pueblos a recibir el Evangelio desde sus propias culturas, más bien, se pensaba que era necesario “matar sus culturas” como condición primera para acceder al mensaje cristiano.

En esta etapa de “conversión de la Iglesia”, la realización de una verdadera evangelización en América Latina planteaba nuevos tipos de presencia, nuevas actitudes, nuevas estructuras y una nueva mentalidad en los evangelizadores para no caer en la tradición de una “colonización eclesiástica” en la que la Iglesia ya se había acostumbrado y acomodado.

Para eso era necesario que los evangelizadores recordaran los principios teológicos de la fe cristiana que plantea la revelación de Dios y su acción salvadora desde la historia, la cultura y la realidad de los pueblos, porque desde esta perspectiva teológica, los pueblos pueden iniciar procesos de configuración de iglesias locales desde sus formas culturales de fe, culto y ministerios propios.

La opción por los pobres, de parte de la Iglesia, además de ser planteada desde la perspectiva sociológica y socioeconómica, también implicaba procesos de “descolonización” del acompañamiento y eso exigía superar la visión del pobre como un objeto “miserable” o “carente”, sin dignidad y sin potencial y comenzar a mirarlo como “sujeto” con rostro propio, como interlocutor y protagonista en la Iglesia y en la sociedad.   

El planteamiento de una visión pluricultural de la Iglesia en América Latina ponía en evidencia la sobreposición de una cultura sobre las culturas consideradas primitivas o menores. La nueva perspectiva eclesial propuesta planteaba el reconocimiento de los valores de todas las culturas, despojarse de la actitud de juzgar e interpretar negativamente las expresiones y vivencias religiosas de los pueblos que no tenían como referencia la cultura de occidente de la que llegó revestida la Iglesia al continente.

Encarnar el Evangelio en las diversas culturas en América Latina implicaba, para el evangelizador, despojarse de sus prejuicios y dejar de considerar las expresiones y vivencias religiosas de los pueblos como “supersticiones”.

Ciertamente en esos tiempos, en los que la Iglesia en América Latina comenzó a mirarse como una presencia pluricultural, no habló de los afroamericanos pero abrió la puerta para que se comenzaran a abrir caminos de recuperación y fortalecimiento de las identidades específicas de los pueblos en la Iglesia.

El camino abierto por el encuentro de Melgar y Medellín, conducía a una manera nueva de ser iglesia en Latinoamérica: participativa, inculturada, inserta en la realidad de los pueblos que evangeliza y promotora de una ministerialidad reconocida y diseñada desde las culturas propias de los pueblos.

Segunda etapa (1979 – 1992):

La Iglesia comienza a ver al afrodescendiente como “rostro de Cristo”

En 1979 se realizó la III Conferencia Episcopal Latinoamericana en Puebla, México. Fue ahí donde la Iglesia reconoce a los afrodescendientes como uno de los “ROSTROS SUFRIENTES DE CRISTO”. Es decir, una parte del Pueblo de Dios en desventaja social, económica, política, cultural… Allí podemos decir que los afrodescendientes comenzamos a ser vistos por la Iglesia como uno de sus “rostros” en el continente y, en este sentido, era una exhortación a las iglesias locales y, claro, a la Iglesia en México a reconocer a los afrodescendientes como pueblo de Dios que debía ser atendido de manera específica.

El afrodescendiente ya no era visto solamente como “pobre socioeconómico-cultural” sino como un ser humano con raíces propias y desatendido pastoralmente e invisible para las estructuras civiles y políticas locales.

Esta etapa marcada por la “recuperación de la vista” por parte de la Iglesia en Latinoamérica se comenzó a fortalecer la visión de un acompañamiento pastoral diversificado, las pastorales específicas comenzaron a tomar fuerza y, de esta manera, se fue abriendo paso la Pastoral Afro en varios países del continente, sobre todo en América del Sur.

Las décadas de los 80 y 90 fue el tiempo en el que se fueron abriendo caminos y  estructuras de acompañamiento pastoral adecuado a la historia y la cultura de los pueblos afrodescendientes para detonar toda la riqueza teológica, espiritual y cultural afrodescendiente en la Iglesia de América Latina y el Caribe.

En este tiempo comienza a fortalecerse una conciencia de Pueblo Negro a partir de la recuperación de la historia, las tradiciones y expresiones propias de los afrodescendientes en diferentes países de Latinoamérica, sobre todo del sur del continente, donde también la promoción de Comunidades Eclesiales de Base que se reunían alrededor de la Palabra de Dios, hicieron posible el surgimiento de Comunidades Cristianas Negras donde se comenzó a gestar una lectura de la Biblia desde la experiencia propia de los afrodescendientes y su realidad histórica, cultural, social, económica y política.

Tercera etapa (1992 – 2002):

Reconocimiento del afrodescendiente como lugar donde se encarna el Evangelio

Con la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano realizada en Santo Domingo en 1992 y el Sínodo de la Iglesia en América en 1999, la Iglesia deja de mirar los pueblos afrodescendientes como “rostro sufriente de Cristo” y los reconoce como la encarnación del Evangelio en Latinoamérica con raíces africanas. Por eso, plantea la Pastoral Afro como un medio para fortalecer la vitalidad y el protagonismo evangelizador de los afrodescendientes y sus comunidades desde sus propias culturas y espiritualidades hacia adentro de la Iglesia y hacia la sociedad (SD 299/ EA n. 16).

La aceptación y convicción de que la Iglesia es una, sí, pero plural, multicultural e intercultural fue el paso que se dio en este tiempo. Por eso, la comunión y participación de los diversos, de las diferencias se volvió el horizonte de los cristianos católicos latinoamericanos. En este sentido, nadie era “objeto” sino todos estaban llamados a ser “sujetos” de la transformación social y eclesial que se requería.

El primer Encuentro Continental de Obispos Comprometidos con la Pastoral Afro realizado en Quito, Ecuador en 2002, marcó el fortalecimiento de un camino eclesial continental de acompañamiento pastoral de los pueblos afrodescendientes. Fue ahí donde se establecieron las primeras líneas continentales de la Pastoral Afro. Así, en el 2003 el CELAM publicó y ofreció estas líneas a toda la Iglesia en el continente, particularmente a las iglesias locales de Latinoamérica donde el afrodescendiente está presente y no siempre es visible.

Cuarta etapa (2002 – 2025)

La misión de hacerse visible como sujeto de transformación social y eclesial

Ciertamente la Iglesia, a nivel de reflexión y de documentos, ha caminado. Lo que falta aún es que los afrodescendientes y sus comunidades conozcan este camino de conversión pastoral que la Iglesia continental ha hecho y sigue haciendo. Este conocimiento ayudará, sin duda, a tomar conciencia de la responsabilidad salvadora y transformadora que los afrodescendientes, como rostro de Cristo y como encarnación del Evangelio tienen en sus iglesias y sociedades locales.

La misión ahora está en nuestras manos. De nosotros depende la apertura y fortalecimiento de caminos, procesos y estructuras de visibilización participativa a nivel eclesial y social. Pero esto no será posible si no nos reencontramos con nuestra historia, con nuestras raíces y nos reconciliamos con ellas, las aceptamos y las abrazamos como riquezas y no como un peso que cargamos en nuestras existencias individuales y colectivas. Es necesario redescubrirlas y leerlas como “EVANGELIO” y no como “tragedia humana”.

El balón está en nuestra cancha, ahora toca a nosotros diseñar las estrategias colaborativas para armar el juego e ir ganando terreno en nuestras iglesias y sociedades locales. Se requiere tenacidad porque, ser sujetos de transformación dentro y fuera de la Iglesia, implica sacrificios para mantener nuestra identidad conectada con África y para hacer ver nuestras riquezas espirituales, culturales, humanas y compartirlas con quienes son de culturas y raíces diferentes.  

No olvidar que, también nosotros, somos imagen de Dios y podemos ser semejantes a Él que es creador, liberador, misericordioso, sanador, justo… es lo que nos hará capaces de sobreponernos a la marginación, la exclusión, el racismo… e insertarnos en los procesos y caminos que conducen a una vida más justa y digna para todos sin dejar de ser nosotros mismos.

Comments


bottom of page