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¿Águila o gallina?

¿Qué te dice tu corazón?

En un pequeño país de África llamado GHANA, un educador popular llamado James Agrery, en tiempos de las luchas por la independencia de su país, para poner a pensar a la gente contaba la siguiente fábula:



Había una vez un campesino que fue al bosque cercano para atrapar algún pájaro y tenerlo cautivo en su casa. Lo que atrapó fue un aguilucho. Lo puso en el gallinero junto con las gallinas donde creció como una gallina.


Después de cinco años, recibió la visita de un naturalista, que al pasar por el corral le dijo: “Ese pájaro que está ahí no es una gallina, es un águila”. Cierto, contestó el campesino, es un águila pero la crié como una gallina. Ya no es un águila, ahora es una gallina como las otras. No, respondió el naturalista, “es y será un águila, pues tiene corazón de águila. Su corazón la hará volar un día por las alturas”. No, insistió el hombre, ya se volvió gallina y jamás volará como un águila.


Convinieron, entonces, hacer una prueba. El naturalista tomó al águila, la levantó alto desafiándola diciéndole: “Eres águila, perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela”. El águila se quedó fija en el brazo extendido del naturalista, miraba distraídamente a su alrededor, vio a las gallinas abajo comiendo granos… y saltó junto a ellas.


El campesino comentó: “Te lo dije, ya se transformó en una simple gallina”. No, insistió de nuevo el naturalista, “es un águila y siempre será un águila. Vamos a probar mañana”. Al día siguiente el naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró: “Águila, eres un águila, abre tus alas al vuelo”. Pero cuando el águila vio abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a parar junto a ellas. El campesino sonrió y volvió a decir: “Te lo dije, se volvió gallina”. No, respondió firmemente el naturalista, es águila y poseerá siempre un corazón de águila; vamos a probar por última vez, mañana la haré volar.


Al día siguiente el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano, tomaron el águila y la llevaron hasta lo alto de una montaña. El sol estaba saliendo y doraba los picos de las montañas. El naturalista levantó al águila a lo alto y le ordenó: “¡Águila, eres un águila, perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela!”.


El águila miró alrededor, temblaba, como si experimentara una nueva vida. Entonces, el naturalista la agarró firmemente en dirección al sol, de manera que sus ojos se pudieran llenar de luz y pudieran ver las dimensiones del vasto horizonte. Entonces el águila abrió sus potentes alas, se erigió soberana sobre sí misma y comenzó a volar y volar hacia lo alto. Cada vez más sobre las alturas y nunca más volvió.


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