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6. Ser personas compasivas

La fuente de la solidaridad...

FRASE PARA ESCRIBIR EN UN LUGAR VISIBLE A TODOS:

“Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas sin pastor.” (Mt 9, 36)

OBJETIVOS DE LA CONVERSACIÓN:

  • Reconocer la importancia de no perder la sensibilidad ante el dolor y sufrimiento de los demás para la transformación social.

  • Recordar que ser personas compasivas nos hace imagen y semejanza de Dios en la sociedad.


REVISIÓN DEL COMPROMISO ANTERIOR:

Comparte el diagnóstico que hiciste de tu corazón: ¿Encontraste miseria en él? ¿Qué tipo de miserias identificaste? ¿Hablaste con Dios de esas miserias de tu corazón? ¿Qué carencias, límites y necesidades encontraste? ¿Eso que hallaste en tu corazón te hace una persona más comprensiva y tolerante ante las miserias del corazón de las personas con las que vives y convives? ¿Buscaste a una persona para conversar sobre esto y comenzar a sanar tu interioridad?


UNA EXPERIENCIA:

Josué es un joven universitario que colabora en su parroquia en la pastoral juvenil. Hace poco comenzó un curso de Biblia en línea y le pareció importante compartir lo que va aprendiendo y descubriendo con las personas que asisten a la parroquia. Él pensaba que asistirían los jóvenes ya que ellos son los destinatarios de su trabajo pastoral, pero la sorpresa fue que, quienes respondieron o se interesaron más, fueron personas de la tercera edad y en su mayoría mujeres.

Comenzó el curso pidiéndoles que llevaran una Biblia y un cuaderno para notas. Él daba por supuesto de que tomaban notas y que seguían los textos bíblicos que él escribía en el pizarrón mientras explicaba el tema. Cuando pidió a una de las asistentes al curso que leyera el texto de la cita que él había escrito en el pizarrón, su sorpresa fue que la señora a quien le pidió leer se puso de pie con su biblia, pero no leyó, sino que se puso a llorar.

Extrañado le preguntó si le pasaba algo. La señora tímidamente y avergonzada le dijo que no sabía leer ni escribir y que le daba pena y le dolía no poder leer la Palabra de Dios, aunque la tuviera en las manos.

Ante esa situación, preguntó a los asistentes si alguien quería leer el texto indicado, pero la respuesta fue un silencio incómodo, hasta que otra señora le dijo que todos los presentes no sabían leer ni escribir porque la mayoría no había ido a la escuela. Dice Josué que, al ver llorar a la señora, se conmovió y sintió que esa realidad de analfabetismo le dolió mucho, porque vio el sufrimiento que causaba en las personas de la tercera edad de su curso. Por eso, decidió abrir un espacio de alfabetización para personas mayores y ayudarlas a que pudieran aprender a leer y escribir y no siguieran siendo víctimas de otras personas que se aprovechaban de ellas o que las miraban como ignorantes e incapaces.

PARA REFLEXIONAR JUNTOS

En el tema anterior dijimos que, si queremos de verdad, ser imagen y semejanza de Dios ahí donde convivimos a diario, debemos ser “personas misericordiosas” (Lc 6, 27). Es decir, ser capaces de mirar la “miseria del corazón humano” comenzando por el nuestro. Por eso, debo comenzar por mirar cómo está mi corazón, cuáles son sus carencias, sus límites afectivos, morales, espirituales… acercarme a él, comprenderlo, acompañarlo y poco a poco ir liberándolo de esa indigencia humana para luego acompañar a otros corazones a hacer el mismo camino de crecimiento y liberación.

Otro aspecto muy valioso que nos asemeja a Dios entre la gente es la “compasión”. Es decir, esa capacidad de “sentir con el otro”, de que el dolor y el sufrimiento de los demás nos afecte también y nos provoque un “dolor” o “incomodidad” que nos empuja a buscar soluciones a los padecimientos de los otros. Una capacidad de “conmoverse” ante el peso de la cruz que cargan los demás y sea esto lo que nos obligue a “ayudarlos a cargar su cruz” para que su vida sea más llevadera, menos pesada. Eso que llamamos “solidaridad” es consecuencia del corazón compasivo y misericordioso. Por eso nos hace semejantes a Dios que no tolera la injusticia, la opresión y el sufrimiento de sus hijos.

Tener un corazón compasivo requiere no olvidar nunca que el deseo profundo de Dios es que nuestro corazón no se petrifique, es decir, que no se vaya endureciendo hasta que termine siendo de “piedra” y se vaya “envejeciendo” en la insensibilidad (Ezequiel 11:19; 36:26) y nos haga más semejantes a los ídolos y no a Dios que es nuestro Papá.

Ser “idólatras”, es decir, ser “semejantes a los ídolos” es ser como describe el salmo 115 al ser humano que decide seguir la ruta del “ídolo” y no la de Dios. Y ¿Cuál es la ruta del ídolo? ¿Qué es lo que nos asemeja al ídolo? La respuesta es: la “insensibilidad” ante la presencia de los demás y de sus angustias, sus penas, sus dolores, sus búsquedas… por eso no nos interesamos, no nos preocupamos y no nos ocupamos en la búsqueda de soluciones junto con ellos. La indiferencia se vuelve nuestro rostro en la convivencia con los demás.

Este salmo nos dice que quienes son como el ídolo y siguen su ejemplo, pueden ser de “oro y plata”, es decir, personas “muy valiosas” pero insensibles, indiferentes, indolentes… porque tienen boca y no hablan, son incapaces de abrir la boca para hablar en nombre de los que sufren; tienen ojos pero no ven o no quieren ver lo que sucede a su alrededor por eso no se sienten afectados o preocupados por las realidades de muerte que los envuelven; tienen orejas pero no oyen el clamor o los gritos de quienes sufren opresión, injusticias, vejaciones… por eso viven como si todo estuviera bien, como si no hubiera ningún problema, mientras ellos estén bien, que el mundo ruede.

Los que son idólatras, dice el salmista, tienen nariz pero no huelen la podredumbre de la corrupción, porque eso es la corrupción: lo podrido y que huele mal en la sociedad, por eso no les molesta el hedor de los abusos en todos los ámbitos de convivencia sociopolítica; tienen manos pero no mueven un dedo para cambiar las cosas; tienen pies pero no caminan, se quedan inmóviles como espectadores esperando a que sean otros los que abran los caminos de transformación y den los pasos necesarios para transformar la realidad. Ellos simplemente se quedan paralizados en una quietud que es propia de los muertos, de los que no viven, por eso no sienten, por eso son insensibles… Y esto es lo que entristece a Dios: la insensibilidad de sus hijos y que no quieran parecerse a Él.

La compasión, al final de cuentas, necesita que asumamos la misión de Jesucristo que tiene que ver con acciones muy concretas que los relatores del Nuevo Testamento llaman “milagros”. Es decir, esas acciones o iniciativas que podemos hacer para que las personas tomen conciencia de lo que sucede a su alrededor con sus semejantes y con el mundo. Por eso, es necesario ayudarlas a recuperar la vista y mirar con sus ojos y no desde otros ojos que no son suyos; que les ayuden a ser capaces abrir los oídos para escuchar a los demás.

Esta misión de sensibilización implica iniciativas y procesos que les ayuden a ser capaces de abrir la boca y decir lo que ven, lo que piensan, lo que sienten, lo que sueñan…; que les ayuden a caminar con sus propios pies y no dependan de la iniciativa o la voluntad de otros para que los lleven, a veces, a donde no quieren… en fin, hacer los milagros que hizo Jesús en su tiempo, hacerlos nosotros hoy con las personas con quienes convivimos es la misión que nuestro Papá (Dios) pone en nuestras manos. Ahora solo es cuestión de voluntad: ¿Quiero ser semejante al ídolo? ¿Quiero que los demás vean en mí la presencia salvadora de Dios? La respuesta está en cada uno de nosotros.

ENCUENTRO CON LA PALABRA DE DIOS

Nos ponemos de pie. Leer el siguiente texto bíblico:

“Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.”(Mt 9, 35-38)

REFLEXIONEMOS EN SILENCIO

Reflexionemos en silencio para que la Palabra de Dios transforme nuestra vida.

Para compartir:

  1. ¿Qué te hace pensar el texto que escuchamos a partir de lo que hemos compartido?

  2. ¿Te das cuenta de lo que sucede a tu alrededor con los demás?

  3. ¿Te duele y te preocupa la situación o realidad que viven otras personas a tu alrededor?

  4. ¿Sientes la necesidad de hacer algo para que la realidad mejore o cambie?

  5. ¿Crees que tu corazón es de carne o de piedra?

  6. ¿Crees que eres compasivo?

  7. ¿Podrías decir que eres semejante a Dios o al ídolo? ¿Por qué?

ORACIÓN COMUNITARIA

De manera espontánea expresar en voz alta la oración que Dios haga surgir de tu corazón.


COMPROMISO

PARA TU PROYECTO VIDA. Toma una hoja en blanco y divídela en cuatro columnas. En la primera escribe la palabra GRITO o CLAMOR; en la segunda escribe NECESIDAD; en la tercera escribe RESPUESTA; en la cuarta escribe DIFICULTAD. Luego haz un ejercicio de observación, de escucha y, si puedes, de investigación sobre los problemas más preocupantes para la gente de tu sector, barrio o colonia. Lo que identifiques como problemas o preocupaciones anótalo en la columna de GRITO-CLAMOR. Luego delante de cada grito o clamor, escribe en la segunda columna la necesidad que crees que está detrás de cada grito. En la tercera (RESPUESTA) escribe lo que, según tu experiencia u opinión, se puede o se debe hacer; finalmente escribe lo que podría ser una dificultad que podría impedir que la respuesta se realice. Luego, busca un momento para conversar con Dios sobre lo que recogiste.

RECEMOS JUNTOS:

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,

por tu inmensa compasión borra mi culpa;

lava del todo mi delito,

limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,

tengo siempre presente mi pecado:

contra ti, contra ti solo pequé,

cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,

en el juicio resultarás inocente.

Mira, en la culpa nací,

pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,

y en mi interior me inculcas sabiduría.

Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;

lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,

que se alegren los huesos quebrantados.

Aparta de mi pecado tu vista,

borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

no me arrojes lejos de tu rostro,

no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,

afiánzame con espíritu generoso:

enseñaré a los malvados tus caminos,

los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,

Dios, Salvador mío,

y cantará mi lengua tu justicia.

Señor, me abrirás los labios,

y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:

si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.

Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;

un corazón quebrantado y humillado,

tú no lo desprecias.

Salmo 50


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