9. Ser personas justas como Dios
- Joel Cruz Reyes
- hace 22 horas
- 7 Min. de lectura
Más allá de la justicia humana

FRASE PARA ESCRIBIR EN UN LUGAR VISIBLE A TODOS:
“Les aseguro que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.”. (Mt 5, 20)
FINALIDAD DE LA REUNIÓN:
Recordar que la justicia de Dios no es como la aprendimos en nuestra sociedad.
Reconocer que el primer paso para llegar a la justicia social es comenzar a ser personas justas.

REVISIÓN DEL COMPROMISO ANTERIOR:
Comparte cómo te sentiste al revisar cómo te sientes contigo mismo o contigo misma. ¿Puedes decir que estás bien física, mental, afectiva y espiritualmente? ¿Qué tienes qué mejorar? ¿Necesitas ayuda profesional? ¿Dedicas tiempo a hacer el bien a personas que no son de tu familia? ¿Los demás te consideran un bien o un problema? ¿Qué le dijiste a Dios después de esta revisión de tu persona? ¿Crees que estás en paz y eres una persona de paz? ¿Por qué?
UNA EXPERIENCIA:

Yazmín está en un dilema: es jefa de personal en su trabajo. Dice que tiene trabajadores sindicalizados y otros que son llamados de “confianza”. Éstos últimos son quienes trabajan más tiempo que los que forman parte del sindicato. A veces se quedan hasta altas horas de la noche con tal de no dejar pendientes en la empresa. Mientras que los sindicalizados parece que solo buscan cualquier pretexto para no trabajar, hacer cosas personales o familiares en horas de trabajo y no les puedes reclamar nada porque te acusan de acoso laboral y son capaces de llevarte a un tribunal.
Con frecuencia los sindicalizados reclaman por qué a los de “confianza” les pagan más que a ellos. Los de “confianza” también reclaman por qué a los sindicalizados les dan tanta libertad para hacer lo que les da la gana y, aunque sea evidente que se comportan como “parásitos” en la empresa, nadie se atreve a exigirles que hagan al menos lo que deben hacer. Ellos dicen que la mayoría de los trabajadores sindicalizados solo buscan aprovecharse de la empresa y parece que los ven como adversarios porque solamente los de confianza pueden tener cargos de autoridad y coordinación de áreas y esto les incomoda mucho y tensa las relaciones laborales.
Agustín, amigo de Yazmín, le dijo que para solucionar esa situación bastaría que, a cada trabajador, ya sea sindicalizado o de confianza, se les vuelvan a leer los acuerdos que firmaron en sus contratos laborales. Eso debería hacerse con frecuencia para que nadie reclame más de aquello en lo que estuvo de acuerdo a la hora de firmar su contrato. Eso es lo justo, porque cada trabajador aceptó libremente esas condiciones según la experiencia de Agustín.

REFLEXIONEMOS JUNTOS:
En el tema anterior dijimos que la recomendación de Jesús a sus discípulos al iniciar un proyecto cualquiera en ese lugar de convivencia, de trabajo, de participación, es comenzar por “pacificar” a las personas, porque si las condiciones solo dan para “pelear”, para “agredirse”, para “maltratarse”, entonces no es bueno iniciar ningún proyecto o acción que busca el bien, porque las personas se ven como enemigas, como adversarias, como competencia… su estado personal no les permite pensar en el bien del otro sino en su mal, en su destrucción. Es decir, Jesús les dice a sus discípulos que, en un lugar donde predomina la violencia, lo primero es “no echarle más leña al fuego”, no agregar más mal al mal entrando en esos espacios de convivencia como un “lobo” más que solo sabe atacar o defenderse.
Dijimos también que hay que aprender a “decir como Dios”, porque cuando Dios “dice” se “hace”, se realiza aquello que dice. Es decir, no es bueno quedarnos solo en la palabra, en las ideas bonitas o en las buenas intenciones, es necesario actuar, realizar la paz ahí donde nos encontramos no solamente porque la violencia nos está alcanzando a todos, sino, sobre todo, porque la paz es uno de los elementos fundamentales del Reino de Dios y, nosotros vivimos y trabajamos para que este Reino se realice ahí donde nos encontramos para que el bien común sea posible.

Otro elemento fundamental del Reino de Dios es la Justicia, así nos lo recuerda San Pablo (Rm 14, 17). Ciertamente, en nuestra sociedad, no habría injusticias si en ella todas las personas que la conforman fueran “justas”. Lo cierto es que las injusticias son el pan cotidiano en nuestra convivencia social, por eso, la violencia se alimenta, crece y se fortalece porque encuentra a muchas personas que no son justas, aunque se digan seguidoras de Jesucristo que es el “rostro visible de la Paz y la Justicia de Dios”. Lo cierto es que entre cristianos las injusticias son normales y comunes.
Si preguntamos a un cristiano común ¿Qué es la justicia? Lo más seguro es que nos diga que es “dar a cada uno lo que le corresponde según sus obras”. Esta es una de las ideas más comunes entre las personas en la sociedad cristiana. Pero Jesús, con sus acciones, sus ejemplos y enseñanzas parece que no piensa así, no nos dice lo mismo que nos han dicho quienes nos han instruido o formado en la familia, en el trabajo, en la política, en la convivencia social… basta recordar la parábola de los trabajadores de la viña que nos cuenta el evangelio de Mateo (20, 1-16) donde el dueño contrata a obreros a diferentes horas del día y les paga a todos el mismo salario al final de la jornada. Esto parece una “injusticia” si nos movemos en el plano de “dar a cada uno lo que le corresponde”.

Quizá esta parábola nos obligue a mirar más allá del mérito cuando hablamos de ser justos. Y uno de los aspectos que se olvida en nuestra convivencia para ir más allá de lo que merecemos, es el “acuerdo”, es lo que llamamos “alianza” en nuestra fe como cristianos. Esa acción en la que nos vemos de igual a igual, donde cada uno hace la parte que asumió en el acuerdo. Por eso, en esta parábola, se nos dice que, para que la justicia se realice debe haber un “acuerdo”. De hecho, el dueño de la viña “acordó” con las personas que contrató pagarles un denario por día, eso era lo “justo” que acordaron. La injusticia comienza cuando “se espera más de lo acordado” o se da menos de lo que se “pactó”. Es decir, cuando el acuerdo entre dos voluntades no se respeta.
Cuando me molesta que el otro reciba la misma paga que yo, cuando al otro se le trata igual que yo, cuando a todos se les da el mismo valor… cuando me molesta esto, entonces es cuando la injusticia se desata porque ella se sostiene en la desigualdad en dignidad, en oportunidades, en participación… es cuando llega la violencia y comienza la espiral de destrucción mutua. Ser justo, desde la perspectiva del Evangelio, es “acordar” con generosidad, gracia y misericordia el bien común y respetar ese acuerdo sin pretender exigir más de lo acordado. Nadie recibe más ni menos que lo que se acordó libremente.

Ejercer nuestro derecho a ser generosos, de ser libres al hacer el bien a quien sea independientemente de sus obras, nos hace misericordiosos como nuestro Padre Dios. Esto es lo que hace que nuestra justicia supere a la justicia de quienes no miran como hijos de Dios la convivencia humana. Comprender que el Reino de Dios no se basa en la justicia humana-social o en el merecimiento, sino en la gracia y misericordia de Dios es lo que nos hará diferentes en una sociedad en la que se arrebatan beneficios pensando que lo merecen o no lo merecen.
Sentir envidia, celos o resentimientos cuando vemos el bien de los demás nos empuja a ser personas injustas, intolerantes, discriminatorias, excluyentes… nos hace olvidar que la Justicia que Dios quiere que realicemos debe ir acompañada por la misericordia, porque una justicia sin misericordia es cruel y destructiva. Ser personas que hacen “lo justo” como Dios a través de acuerdos, de alianzas, de pactos en el plano del bien común, es lo que nos hará siempre una presencia justa y no una fuente de injusticias.

LEAMOS EL SIGUIENTE TEXTO BÍBLICO:
Nos ponemos de pie.
"No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos. Les aseguro que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos”. (Mt 5, 17-20)

MOMENTO DE SILENCIO
Reflexionemos en silencio para que la Palabra de Dios transforme nuestra vida.
PARA COMPARTIR:
¿Qué te hace pensar el texto que escuchamos a partir de lo que hemos compartido?
¿Te consideras una persona justa? ¿Por qué?
¿Qué tipo de justicia es la que promueves con los demás?
¿Estás de acuerdo con la manera en la que Jesús vive y realiza la justicia? ¿Por qué?
¿Las personas que conoces son justas? ¿Por qué?
¿Qué podemos hacer para que las personas sean justas como Dios quiere?

ORACIÓN COMUNITARIA
De manera espontánea expresar en voz alta la oración que Dios haga surgir de tu corazón.
COMPROMISO
Intenta incluir la misericordia, la generosidad y la gracia (libertad de hacer el bien a los demás independientemente de sus acciones) en tu convivencia con las personas ahí donde te encuentras. Haz el esfuerzo de liberarte de esa manera de pensar que te sugiere dar a cada uno lo que le corresponde y ve más allá del mérito. Intenta realizar el bien a las personas sin ver si lo merecen o no, simplemente porque Dios es así. Luego, en la medida de lo posible, promueve esta manera de pensar y actuar con las personas con las que convives cotidianamente, de tal manera que se vuelva tu estilo de vida.

RECEMOS JUNTOS:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Salmo 150
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