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Foto del escritorJoel Cruz Reyes

Volver a hablar del "pecado social"

La misión social de quien sigue a Jesucristo


Existen muchos cristianos que son etiquetados como “demasiado sociales” porque trabajan y se involucran en procesos, iniciativas, proyectos u organizaciones que buscan mejorar la sociedad en la que viven. Y, lo asombroso es que, quienes los critican negativamente son conocidos como buenos cristianos o, incluso, son agentes de pastoral que colaboran activamente en aquello que llamamos "EVANGELIZACIÓN". Y es que no logran "digerir" o comprender una manera de vivir la fe en Jesucristo de aquellos que se insertan en la cuestiones sociales para conducirlas a la Voluntad de Dios.


Esos "buenos cristianos" de "misa y comunión" diaria o dominical, abierta o veladamente, se preguntan si esta manera "demasiado social", que tienen aquellos que creen que trabajar por el BIEN COMÚN es agradable a Dios, puede "legitimarse" con el Evangelio. Es decir, no están convencidos de que nuestra fe cristiana nos permite entrar, como hombres y mujeres de Dios, en los diferentes ámbitos de la vida sociopolítica. Por eso, prefieren diferenciar el ser cristiano del ser ciudadano. Es decir, no creen que es posible ser CIUDADANO CRISTIANO ahí donde se vive y se convive.



Quien conoce a profundidad la propuesta de Jesucristo, el estilo de vida y las iniciativas de las primeras comunidades cristianas, está más que convencido que el seguimiento de Cristo, tiene implicaciones sociales que van más allá del culto, la religiosidad y el asistencialismo. Que te ubica en el camino y la misión de concretar el Reino de Dios en la sociedad donde vives y convives. Es decir, en esa misión de hacer que la justicia, la paz y el gozo de la fraternidad sea posible entre las personas.


La reacción de esos "buenos cristianos" que no creen que la promoción y realización de la justicia, la paz y la fraternidad social no tiene nada que ver con la evangelización, es comprensible, porque esa separación de la fe y la vida ha sido cultivada a lo largo de la historia a partir de los conflictos que la Iglesia y la sociedad han tenido.



La visión “católica” de la vida en la Edad Media, por ejemplo, implicaba ver la sociedad como “un todo”, era una visión “integral”, por lo mismo, la aplicación de las enseñanzas del Evangelio en las relaciones sociales era muy minuciosa, por eso los grandes maestros de la fe en ese tiempo intentaban resolver los problemas políticos y económicos, para orientar el comportamiento de los católicos en la vida cotidiana. Los teólogos en esa sociedad medieval no se detenían solamente en el estudio de la esencia de Dios Trino, sino también la eticidad de la usura.

Confesarse, en una sociedad dominada por una visión integral de la fe, implicaba declarar tanto las culpas de fe como la violación del precio justo, de las mercancías alteradas, de las relaciones entre trabajadores y patrones, de la justicia en los préstamos y los contratos. Al final de cuentas, el pecado no se quedaba en un nivel intimista y desconectado de los actos concretos de las relaciones humanas interpersonales y sociales, sino también era “pecado social”.



El Humanismo (S. XIV) y la Reforma (S. XVI) hicieron pedazos esta unidad arrinconando a la Iglesia a cuestiones meramente internas: ocuparse solamente de Dios y dejar la sociedad a los “ciudadanos”, entendiendo como "ciudadanos" a aquellos que no involucran su fe en las cuestiones sociales. De esta manera, el cristiano católico se fue acostumbrando a dos personalidades “irreconciliables”: por un lado el ser cristiano y, por otro, el ser ciudadano. Dos ámbitos bien delimitados que exigían, cada uno, una manera distinta de pensar y de ser.


Ahora que la formación cristiana tiene de nuevo el horizonte integral de nuestra fe cristiana, el peso de los hábitos cotidianos, casi inconscientes, de separar la fe de la vida concreta constituye un gran peso para quienes buscan poner en movimiento a un cristiano acostumbrado a no involucrarse, como cristiano, en la construcción de una sociedad más humana y justa.



La exigencia de las circunstancias históricas actuales exige al cristiano ir más allá de su religiosidad, más o menos popular, y le exigen una capacidad que le permita entrar como sujeto en el orden sociopolítico y económico. Esto implica una fe más antropocéntrica y sociológica, es decir, una formación y capacitación más racional, menos sentimental, supersticiosa y mágica.



Retomar los principios del Evangelio para reconstruir nuestra personalidad cristiana en una sociedad cada vez más anticristiana, implica “volver la mirada a los orígenes” del cristianismo, a las enseñanzas de los primeros Padres y Doctores de la Iglesia, alejarnos de esa idea liberal en la que hay que dejar la vía libre al ser humano: sin reglas, sin principios y dejarlo a merced de sus tendencias, porque esta perspectiva “canoniza” al individualismo, devalúa la comunidad y, de consecuencia, elimina la conciencia y corresponsabilidad social de las personas.


Una mentalidad que plantea la sociedad como la suma de los intereses de los individuos coloca al egoísmo como el eje de la convivencia y de las relaciones a todos los niveles; al mismo tiempo pide una fe indiferente alejada del Evangelio que no permita tener “cargos de conciencia”. Al final de cuentas, la sociedad que resulta de esta manera de pensar es “arreligiosa o antirreligiosa” porque no quiere que Dios intervenga de ninguna manera, a no ser, para mantener fuera de la realidad socioeconómica y política a quienes se dicen creyentes.



Cuando una persona tiene el “espíritu cristiano” percibe con claridad que las perspectivas arreligiosa y antirreligiosa a las que llegó el humanismo desconectado de Dios, tienen como finalidad hacer a las personas “antisociales”, es decir, contrarias a todo aquello que tiene que ver con el bien común, porque borra de su horizonte de valores a la comunidad, aspecto fundamental de la vida cristiana que un seguidor de Jesucristo no puede hacer a un lado, porque sería renegar de Jesucristo.


Es necesario y urgente reconstruir la personalidad del cristiano en sociedad, para que su presencia pueda ser parte de las soluciones y no de los problemas sociales. Pero sobre todo, se necesitan procesos formativos y de concienciación que favorezcan e impulsen la reconciliación del humanismo con el Evangelio, de tal manera que el cristiano de hoy pueda recuperar esa “visión católica de la vida humana y cristiana” a la que nada humano le es indiferente.


Volver hablar de “pecado social” a los cristianos de hoy constituye uno de los ejes de la formación y de la catequesis en todos los niveles, para que de verdad la Iglesia pueda ser fermento de una nueva sociedad en sintonía con los principios del Evangelio y éstos se traduzcan en justicia y paz en la convivencia humana.

Una visión “católica” de la vida cristiana plantea la conexión profunda de la fe y las obras como condición para salvarse, no hay otra manera de seguir a Cristo.
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