El rostro visible de los cristianos
La caridad ha sido, desde el principio de la vida de la Iglesia, el rostro visible de los seguidores de Cristo. Es el camino trazado por el Evangelio para que los seres humanos perciban el paso de Dios en la tierra y comiencen a considerar su historia, personal y colectiva, como “historia sagrada” en la que la “encarnación de la Palabra de Dios” se da a través de quienes dicen ser sus hijos.
Si miramos la historia de la Iglesia, comenzando por los primeros cristianos, los santos, los Padres de la Iglesia, el compromiso de muchos cristianos hasta hoy… es fácil darse cuenta que Dios pone su tienda, en diferentes formas y circunstancias, en medio de las casas de las personas de todos los tiempos. Eso que llamamos “testimonio” no es otra cosa que la encarnación de la presencia del amor de Dios (Caridad) en medio de la gente con la que convivimos a diario. Es simplemente vivir nuestra fe desde esa convicción profunda que nos da el “Misterio de la Encarnación”: la Palabra de Dios que se hace carne, es decir, visible, palpable, sensible… nada de lo que es humano le es indiferente.
El testimonio de los discípulos de Cristo es la única vía para que el mundo crea en esta verdad. El “reloj de la caridad” no se ha detenido nunca porque, como dijimos anteriormente, a través de los cristianos que se han puesto la toalla del servicio a lo largo de la historia de la humanidad, el Señor sigue inclinándose delante del ser humano más marginado para reconocer y hacer reconocer su dignidad de hijo e imagen de Dios.
Con la acción de los cristianos, el peregrino de Emaús sigue haciéndose compañero de camino del ser humano, le hace arder el corazón, le devuelve otra vez la esperanza y lo introduce nuevamente en el proyecto del padre: la fraternidad universal (Lc 24, 13-35).
El verdadero cristiano no habla de la caridad, o habla poco de ella. Más bien, la encarna, la testimonia, la hace visible a través de su acción concreta y cotidiana en los momentos y en los lugares donde vive.
Sabe que es la primera e insustituible forma de evangelizar. La razón: no puede olvidar que con la Encarnación, el amor de Dios se hizo cercano al ser humano, es decir, el ser de Dios (el amor) “se hizo carne” (Jun 1, 14). Por eso, es consciente que el cristianismo no es una “religión” o un “conjunto de doctrinas para aprender y llenar la mente; sabe que es un acontecimiento que hace visible el amor gratuito y misericordioso de Dios mediante “hechos y palabras”. Esto es lo que entiende por “testimonio”.
Los pasos de los cristianos en la historia de las personas hacen caminar y progresar el amor de Dios en los caminos y los tiempos de pueblos e individuos. Esto ha sido desde que esos pescadores de Galilea se atrevieron a dejar sus redes, su barca, su “orilla conocida” y comenzaron a seguir los pasos de Jesucristo hasta hoy contigo y conmigo; y no se detendrá porque detrás de nosotros vienen muchos más siguiendo estos pasos. Por eso podemos decir que el amor de Dios se hace “nómada”, peregrino, encuentro con todos sin exclusiones, por eso es eterno.
La caridad es lo que pone en acción a los cristianos y sus comunidades. Obras y palabras al lado del enfermo, del pobre, la viuda, el huérfano, el forastero… es la manera como sintetizan el Evangelio: con ello dicen cómo amar a Dios y al prójimo.
Para nosotros cristianos, las obras que ponemos en marcha no responden únicamente a una "emergencia humanitaria-social”, es la identidad más profunda de nuestro ser discípulos y misioneros de un maestro que da la vida para que todos tengan vida en abundancia, sobre todo, los más pobres y abandonados. Esta convicción profunda de fe, a través de cada uno de los cristianos, hace a la Iglesia “prójima” de todo ser humano.
La caridad resume toda la ley ética y religiosa, porque quien ama a Dios y al prójimo está en regla con todos los deberes cristianos, comenzando por el de la justicia. Esto es posible, sencillamente porque el amor no puede hacer mal a nadie (Rm 13, 8-10).
Es precisamente por esta comprensión cristiana del amor, que el Evangelio se convierte en un mensaje social, de hecho, si hacemos memoria de la historia de nuestra Iglesia, los primeros cristianos comenzaron a ser conocidos por la caridad (el amor), así como el griego era conocido por su elegancia, el romano por su orgullo y el judío por la circuncisión. Es decir, la caridad era el distintivo del cristiano en la sociedad; una presencia que gradualmente iba haciendo una especie de “transfusión” de caridad en las estructuras sociales de su contexto.
No hay que olvidar que el amor de los cristianos es una realidad personal: se llama Jesús, y se concreta visiblemente en los pobres, en los hermanos, en los enemigos, en todos los vivientes, conocidos y desconocidos. En Él caen y desaparecen las enemistades, diferencias étnicas y culturales para formar la “familia de Dios” y, que precisamente por esta conciencia de familia somos vitalmente solidarios (1Cor. 12, 12-30).
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