Seguir los pasos de Dios en nuestras situaciones de oscuridad y confusión...
Para tu reflexión personal te sugiero que lo hagas teniendo en mano tu Biblia y busques los capítulos 1 y 2 del libro del Génesis y te concentres en los relatos de la creación.
Es verdad que fuimos creados el sexto día junto con los animales, y esto, nos hace semejantes a ellos si existimos desde nuestros instintos y nuestras relaciones se caracterizan por la defensa o el ataque. Pero también es verdad que NO FUIMOS CREADO DE LA MISMA MANERA QUE LOS ANIMALES.
Si te detienes un poco a mirar a detalle el relato de la creación del ser humano, te darás cuenta que Dios PERSONALMENTE hizo, con sus dedos, al ser humano teniendo en mente su propia imagen (la de Él mismo). Cierto, el material que utilizó (el polvo de la tierra) se caracteriza por su fragilidad e inutilidad, pero el hecho de haber soplado en las narices de ese cuerpo de barro, es lo que nos da a los seres humanos una identidad especial, más semejante a Dios y menos semejante a los animales o las cosas creadas por Él.
Si queremos ser fuente de paz, de la paz de Dios, es necesario trascender el salvajismo animal y llegar al lugar de la ESPIRITUALIDAD, movernos en el TERRENO DEL ESPÍRITU y, en el caso nuestro, en el terreno del ESPÍRITU DE DIOS. Porque, como dice San Pablo (Rm 8, 16), cada uno de nosotros tiene su propio espíritu. Un espíritu personal que es influenciado por los “espíritus de los demás” (personas consideradas importantes, queridas, creíbles, familiares, amigos, compañeros de trabajo, miembros de nuestras organizaciones, de nuestra religión, ideologías y modas sociales…) y pocas veces escucha y se deja influenciar por el Espíritu de Dios que nos asegura que SOMOS HIJOS DE DIOS y, por lo mismo, ALGO DE PARECIDO DEBEMOS TENER CON NUESTRO PADRE.
Los espíritus del entorno en el que nacimos, crecimos, estudiamos, trabajamos, convivimos… de alguna manera nos van sembrando aquello que conocemos como valores o antivalores, creencias y convicciones tan profundas que se vuelven nuestras leyes de existencia. Es lo que conocemos como CULTURA, es decir, LA MANERA EN QUE FUIMOS CULTIVADOS COMO PERSONAS. Esta cultura, ciertamente, no siempre coincide con la perspectiva de Dios.
Cuando nuestro espíritu (nuestra cultura personal) comienza a escuchar al ESPÍRITU DE DIOS y comienza a creerle, entonces inicia un proceso de CONFIGURACIÓN DE HIJO DE DIOS en uno mismo. Y en el plano del conflicto, comenzamos a preguntarnos ¿CÓMO ES DIOS ANTE EL CONFLICTO? ¿CUÁL ES SU ACTITUD ANTE EL CONFLICTO? ¿CÓMO LO TRANSFORMA? ¿EN QUÉ LO TRANSFORMA? Entonces comenzamos a dar pasos para que podamos tener algo de parecido con nuestro Padre, de tal manera que quien nos mire, vea en nosotros al menos algunos rasgos de la personalidad de Dios.
La Biblia nos muestra de muchas maneras la actitud de Dios ante el conflicto, pero quizá el relato de la Creación (Gn 1) puede iluminarnos mejor y darnos una serie de pasos que Dios da en la transformación de una realidad caótica, oscura e inundada de muerte. Porque recordemos que las aguas, en el simbolismo bíblico está asociada a la muerte y, el relato de la Creación, inicia describiendo una realidad de caos, confusión, oscuridad y totalmente cubierta por las aguas.
Si miramos los pasos que Dios fue dando para transformar esa realidad caótica, oscura y de muerte, sin duda, podemos encontrar luces para poder transformar los conflictos como hijos e hijas de Dios, es decir, a la manera de nuestro Papá ( Dios):
“El Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas”. Dios ante el conflicto, primero se coloca por encima del caos. “Sobrevuela” la superficie de la realidad caótica y de muerte. Es decir, no se deja envolver o ahogar por el conflicto. Lo explora, lo observa, lo contempla, lo analiza… luego establece los pasos a seguir para transformarlo.
“Hágase la luz”. El segundo paso es PRENDER LA LUZ, es decir, no dar ni un paso más si antes no se tiene una visión clara del conflicto. Ver desde todas las perspectivas posibles la realidad conflictiva. Conocer el conflicto para poder separar lo que es luz y lo que es oscuridad en esa situación.
“Haya un firmamento que separe las aguas”. El tercer paso que Dios da es identificar las situaciones de muerte del conflicto, clasificarlas, ponerlas en lugares distintos. Porque el conflicto tiene diferentes realidades que pueden hacer daño, pero no todas están en el mismo plano.
“Júntense las aguas y aparezca un suelo seco”. El cuarto paso es juntar todo aquello que causa muerte en el conflicto, ponerlo en un lugar aparte para que pueda quedar a la vista aquello que puede generar vida. Porque todo conflicto esconde realidades que pueden generar mucho bien.
“Produzca la tierra…”. El quinto paso es hacer producir esas realidades positivas que aparecen en el conflicto. ¿Qué frutos y semillas de bien puede dar el conflicto que se vive? Enfocarse en ello.
“Haya lámparas en el cielo…”. El sexto paso es establecer procesos de acompañamiento que guíen y orienten, de tal manera que se pueda distinguir el día de la noche y se pueda avanzar en la luz y en la oscuridad.
“Hagamos al hombre...”. El séptimo paso es formar personas que piensen, sientan y actúen como Dios frente al caos (conflicto), crear las condiciones necesarias para que puedan existir y no desanimarse (perder el ánima, la vida). Personas que garanticen que el fruto positivo del conflicto no se pierda o se destruya.
Transformar los conflictos a la manera de Dios es lo que nos hará sal y luz de la sociedad en la que nos encontramos y donde, a veces, el caos, la oscuridad, la confusión y la muerte son las que hace que muchos pierdan la esperanza. Sin duda, te has dado cuenta que hacen falta hombres y mujeres de Dios que se vuelvan luz en la oscuridad de las personas alli donde viven y conviven.
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