Si planeamos, los conflictos no llegan a la violencia
No es una novedad decir que, para avanzar en la vida, se necesitan objetivos claros. Y una vez que tenemos las metas que pretendemos alcanzar podemos, con mayor facilidad, trazar el camino a seguir para llegar con mayor probabilidad de éxito a donde nos proponemos llegar. Sin duda has experimentado que es mejor saber a dónde ir que tener los medios y recursos sin saber a dónde dirigir nuestra vida. Seguramente conoces a alguien que, por no saber qué hacer y a dónde dirigir su existencia, se convierte en una fuente de conflictos en la convivencia con los demás.
Hay personas que miran su futuro como algo que no se puede controlar ni mejorar ni cambiar. Viven al día envueltas en la incertidumbre. Por eso como que se refugian en lo que les resulta útil y conocido; hacen lo que todos y la mayoría hace y dejan que el tiempo se encargue de todo. Su existencia se limita a responder a lo que el tiempo y las circunstancias les van planteando, solo van respondiendo a las dificultades del día a día sin pretender ningún cambio o mejora personal, familiar, laboral, social… tienen miedo a los riesgos que implica tomar decisiones de ir más allá de lo habitual y lo conocido. Precisamente porque solo viven el momento, la espontaneidad y la improvisación son como los zapatos que utilizan para convivir con los demás y, esto, con mucha probabilidad puede hacer su convivencia muy conflictiva y violenta.
Tal vez conozcas también a personas que parece que les gusta “experimentar”, “ensayar” o confiar demasiado en sus “intuiciones”. Como si la vida fuera una cuestión de echar a “suertes” la existencia propia y la de los demás. El impacto de la incertidumbre y de las probabilidades de error en la convivencia es bastante fuerte y, sin duda, esto se vuelve una fuente de conflictos en la convivencia cotidiana. Ciertamente la creatividad y la novedad son dos pilares que sostienen esta manera de abordar la vida personal, y esto es positivo, pero la intolerancia a la incertidumbre y a ir más allá de lo convencional de muchos, puede hacer que la convivencia se vuelva violenta.
La sugerencia, desde la experiencia de muchos, para pelear menos, para disminuir la intolerancia y la agresión en la convivencia cotidiana es “planear”, hacer planes personales, comunitarios, laborales, sociales, pastorales… esto significa, en concreto, aprender a dirigir nuestra existencia desde objetivos claros, metas alcanzables y medibles. Que nos acostumbremos a identificar necesidades y diferenciarlas de los deseos, medir riesgos y oportunidades. Que podamos mirar el pasado y el presente para comprenderlos y así proyectar mejor el futuro personal y de quienes viven y conviven con nosotros.
Ciertamente no se comienza por planificar la vida de los demás, eso te haría una persona desagradable y conflictiva. No, se inicia con nosotros mismos. Es decir, lo primero que tenemos que hacer es PLANEAR NUESTRA VIDA PERSONAL. Porque si comenzamos a dar una dirección clara a nuestra vida, nuestra convivencia con los demás dejará de ser caótica, confusa y complicada, aspectos que hacen conflictivas y violentas la relaciones.
Planear nuestra vida implica detenerse, hacer un alto en nuestra existencia cotidiana. Dedicar tiempos personales para reflexionar, visualizar el cómo estamos viviendo y conviviendo, si esa manera de vivir y convivir nos conduce al conflicto y la violencia, identificar cuáles son los efectos de una existencia espontánea, improvisada, no reflexionada… en nuestra persona, en las personas con las que vivimos y convivimos y en el entorno donde nos encontramos.
La reflexión personal nos debe plantear preguntas teniendo presente el pasado y el presente para luego responder a ¿cómo viviremos y qué haremos el resto de nuestra vida? Como profesionista, como hermano, como amigo, como ciudadano, como trabajador, como empresario, como estudiante, como agente de pastoral… es decir, tener presente todas las áreas de nuestra personalidad teniendo en cuenta los diversos escenarios de convivencia en los que actuamos cotidianamente.
Debemos tener muy presente que el pasado ya se fue, que no tenemos ningún control sobre él, pero nos sirve para adquirir mayor experiencia y luz para mirar mejor el presente y mejorar el futuro personal, familiar, laboral, social, pastoral… Mirar al pasado nos permitirá identificar todo aquello que nos ha dado y hacer una especie de INVENTARIO y DIAGNÓSTICO PERSONAL de fortalezas y debilidades, de riquezas y carencias, de aciertos y errores, de potencialidades y limitaciones…
¿Quién soy? ¿Qué he sido? ¿En dónde estoy? ¿Cuál es el sentido y el significado de mi existencia? ¿Cuál es mi misión? ¿Por qué y para qué estoy aquí? ¿Hacia dónde voy? ¿Cuál es mi propósito? Son preguntas fundamentales para comenzar a planear nuestra existencia.
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