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La paz implica vivir la política como cristianos

NO "ENDIOSAR" A NINGÚN POLÍTICO Y SU IDEOLOGÍA


La política desde la perspectiva de la Iglesia se entiende como todo aquello que está encaminado a conseguir el bien común. Es decir, una acción que busca beneficiar a todos, por lo mismo, mirar el bien de toda la persona y de todas las personas es el fin de la política para un cristiano.

Muchos no entienden que el cristiano, precisamente porque busca el bien de todos y cada uno, es por naturaleza una persona política; el hecho de trabajar por el bien del prójimo como misión que se deriva de su fe en Jesucristo lo inserta en la política social en todas sus dimensiones.

La búsqueda del bien de los demás, hace del cristiano, una persona que no puede hacer como que no pasa nada en un contexto donde existen muchos que no son beneficiados e intencionalmente son excluidos de los bienes que deben ser para todos. Por eso, quien se dice cristiano, se ubica en la conciencia de la sociedad, de sus estructuras, de las instituciones que se identifican como “políticas”, para que ninguna persona sea olvidada y excluida del beneficio social.


La política para el cristiano, es cuestión de fe, no es cuestión meramente partidista, sociológica o económica, porque la finalidad del Reino de Dios que él construye en el mundo, es hacer surgir una sociedad en la que todo ser humano pueda vivir con su dignidad de persona humana; la convivencia social, para él, es sobre todo un hecho de orden espiritual y moral que nace de la fe en un Dios que quiere realidades humanas donde reine la justicia y la paz.


Esta manera de creer lo hace atento a las estructuras sociopolíticas del lugar donde se encuentra y configura en él una personalidad que se caracteriza por su participación política, por eso colabora y coopera en la construcción del bien común.


El cristiano sabe que garantizar el bien común implica vigilar y señalar los deberes que tienen los poderes públicos, las estructuras culturales, políticas, económicas… que ningún poder o autoridad puede ser absoluta o infundir miedo, porque todo poder y autoridad depende de Dios.


Su conciencia política, cuya fuente está en Dios, lo hace “obedecer a Dios” y no al “César” cuya visión política puede no estar en sintonía con la Voluntad de Dios. Por eso, el cristiano no es un fanático partidista o ideológico sino un analítico que señala y propone caminos políticos que benefician a todos los ciudadanos.


La misión política del cristiano hace que siempre sea crítico y relativice los cambios sociales, no porque no son importantes, sino porque el Reino de Dios no depende de una situación o circunstancia histórica, más bien es vivible en toda situación histórica y toda estructura social, política, cultural… solo hay que mantenerse atento al bien común, porque en caso que las autoridades y las estructuras o mecanismos sociales olviden esta finalidad, entonces hay que buscar formas y trabajar para que esas estructuras y mecanismos cambien.


Luchar por un estado, forma de gobierno o autoridad abierto a la participación de todos, eso que conocemos como “democracia”, se vuelve una meta del empeño del cristiano en la sociedad; por lo mismo, otras vías que no consideren este aspecto participativo del ciudadano en la construcción del bien común, no son seguidas o recomendadas por un cristiano ya que invisibilizan a la persona, sus derechos, deberes y su dignidad que como ser humano ha recibido de Dios.



El cristiano católico, entonces, está convencido que se debe luchar para que cualquier organización del poder sirva y tutele los derechos y deberes de la persona, así como garantizar espacios y mecanismos de participación ciudadana. Esto implica empeñarse, en primera persona, para que el poder económico, político, social, cultural… no se concentren en pocas manos, en defender y promover la participación activa de los ciudadanos en la vida política, en crear espacios democráticos como expresión política de una consciencia madura de la dignidad humana.


Ser cristiano y vivir como cristiano en una sociedad quiere decir compromiso y empeño político, es decir, trabajar para que los derechos y deberes de todos y cada uno puedan vivirse en el horizonte del bien común. Implica buscar en toda acción, sea individual o colectiva, el bien de todos. Defender a toda costa la democracia y sus instituciones, trabajar para que ellas no pierdan su espíritu originario de comunión y participación en la justicia, la verdad, el amor y la libertad, pilares de la política cristiana señalada por la Pacem in Terris del Papa Juan XXIII. Aspectos, al parecer, frecuentemente olvidados por quienes se dicen cristianos y asumen responsabilidades políticas en las estructuras sociales.



Lo que vemos en los diarios y los noticieros de los llamados “políticos”, habla de algo que parecería “absurdo”: cristianos que cuando asumen un ministerio público, parecen “obligados” cultural y estructuralmente a renunciar a las cualidades humanas y políticas de su fe, cuando se supone que son elegidos por los ciudadanos para esas funciones precisamente porque son considerados ciudadanos ricos en esas cualidades necesarias para garantizar el bien común.

Perder los valores humanos y la conciencia política para gobernar o desempeñar una función pública, es lo que dejan ver muchos de los que identificamos como políticos, aunque los veamos participar o aparecer en los espacios de religiosidad y de culto en nuestra Iglesia Católica, como si el cristianismo pudiera convivir tranquilamente con la corrupción, la injusticia y la exclusión social.



Todo lo que hemos dicho, nos coloca frente al desafío de humanizar y democratizar eso que actualmente se llama “política”. Es decir, el cristiano tiene la misión de hacer que la política recupere su espíritu original que la coloca en el plano del bien común en el que todas las personas deben ser sujetos y beneficiaras del mismo.



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