Migración y violencia
Hace poco, se unió a los encuentros de acompañamiento pastoral por internet, una catequista de una región del sur del país que acompaña a tres pueblitos cercanos. Cuenta que cada vez más ve casas vacías, terrenos abandonados, mujeres solas con pocos niños y ancianos tristes que hablan de sus hijos que se fueron del pueblo y que, de vez en cuando, les envían dinero para que construyan casas que nunca habitarán porque saben que ya no volverán a vivir en el pueblo.
Razones por las que se van
Los ancianos le dicen que la gente se va, sobre todo jóvenes, porque ya no llueve como antes y lo poco que se siembra no da para vivir. Es muy poco lo que pagan por las cosechas y esto desanima a los jóvenes. Y como ven que, quienes se van a trabajar a los Estados Unidos o a las ciudades grandes, van mejorando su casa y parece que sus familiares tienen más dinero, por eso piensan que salir del pueblo es lo que va a mejorar la vida de ellos y de sus familias.
Hace poco, dice que un joven se fue a un seminario que está en la Ciudad de México, porque se lo quería llevar una banda de la droga que anda buscando jóvenes para que trabajen para ellos y, como ya hay pocos muchachos, luego los identifican y comienzan a acosarlos hasta que se los llevan. Por eso muchos jóvenes se van a la ciudad o a los Estados Unidos y ya no regresan.
Desde que se comenzó a escuchar de la existencia de bandas que extorsionan y que se dedican al cultivo y venta de droga, la gente tiene miedo. Y ella cree que ahora, la razón principal por la que la gente se está yendo de los pueblos, es por miedo a que sus hijos sean llevados por estas organizaciones y, por eso, prefieren que los jóvenes, apenas haya una oportunidad, se vayan del pueblo y no regresen. Últimamente, dice, han aumentado las familias que abandonan la zona, por la violencia que está creciendo en la región.
Comenta que otra de las razones por las que la gente está dejando de cultivar la tierra es porque si siembran algo y se prevé que la cosecha será buena, luego se presentan los de las bandas a cobrarles cantidades grandes de dinero que luego no pueden pagar. Por eso, los pocos que trabajaban sus parcelas, dicen que no es bueno sembrar algo porque luego arriesgan sus vidas y la de sus familias.
Los pueblos se están vaciando
Entristecida, dice que en la iglesia ya no se puede tener un grupo juvenil porque los niños apenas crecen se van del pueblo. Los grupos de catequesis son cada vez más pequeños, las escuelas se están quedando sin niños y, es normal, dice, porque ya hay muy pocas familias completas. Siente que, en poco tiempo, estos pueblitos serán como pueblos “fantasma” donde solo quedarán las casas y calles vacías y algunos ancianos nostálgicos que solo esperarán la muerte en esa tierra que antes estaba llena de vida.
Dice que el miedo, la falta de oportunidades de trabajo cerca del pueblo, los conflictos religiosos y ahora también la política, están destruyendo los procesos comunitarios, la unidad y la participación de los pocos que quedan en la iglesia, en la comunidad y está desintegrando las familias.
Ante esta situación, comenta, los animadores de los procesos de evangelización y de participación comunitaria, se sienten cada vez más desanimados. ¿Cómo animar a los animadores desanimados? Porque si estás desanimado no puedes animar a nadie, al contrario, te vuelves una fuente de desánimo y desesperanza. Eso es lo que ahora más le preocupa. Porque, honestamente, dice, no ve que las cosas vayan a cambiar para bien, más bien, parece que la situación va a empeorar.
La gente ya no quiere vivir aquí
Cada vez hay más conflictos entre católicos y protestantes, divisiones de grupos y familias por cuestiones partidistas en la política, las bandas criminales se están adueñando de la región y, cada vez más, son quienes imponen sus leyes y a la gente no le queda más que resignarse y aceptar sus exigencias si no quiere poner en riesgo su vida y la de sus familiares,… en fin, dice, cada vez más, hay más razones para irse de aquí que para quedarse a soñar y mejorar la vida en estos lugares. De hecho, dice, ha escuchado a muchos decir que aquí “ya no se puede vivir”.
Como animadores, dice, no se puede pensar en iniciativas y proyectos, solo se siguen prácticas ya establecidas y nos conformamos con los pocos que participan. El sentido de comunidad se ha debilitado mucho, el entusiasmo por buscar el bien de la comunidad ha bajado mucho, la tradición religiosa se va perdiendo en el desánimo y la indiferencia, porque hay miedo de encontrarse, de reunirse, de participar… una sensación de aislamiento y soledad se percibe mientras se camina por las calles sin pavimento, donde parece que ni los perros tienen ganas de ladrar.
Dice que en sus recorridos que hace por los pueblitos que acompaña, le parece que solo sale a recoger y cosechar lo que el abandono y la violencia han sembrado en estos lugares. Y, con frecuencia, solo puede rezar con las mujeres solas y con los ancianos que quedan en los pueblos, por sus maridos o sus hijos que están lejos y que, en algunos casos, ya tiene mucho que no saben de ellos.
Una realidad que no cambiará solo rezando
A veces, dice, solo guarda silencio para escuchar el susurro del anciano que reza mientras pone una veladora al santo de su devoción que tiene en un altarcito en el cuarto de adobes donde duerme. Lo acaricia, le habla, le llora, le pone flores… solo para pedirle que cuide a su hijo o hija que no sabe dónde está porque hace mucho que no le llama y dejó de enviarle dinero. Contempla cómo habla con la imagen, como si estuviera viva, como si estuviera ahí escuchando, como si tuviera el poder para cambiar las cosas… solo le pide que cuide a los que están lejos, que los proteja del mal y de la muerte, aunque ya no se acuerden de él, solo le pide que esté vivo y que esté bien… solo eso.
¿Las cosas van a cambiar? ¿La violencia un día se acabará? ¿Las oportunidades llegarán? ¿Algún día se podrá vivir en paz y bien en esta tierra? ¿Qué hacer para que la ciudad o los Estados Unidos dejen de ser un imán que atrae a la gente de estos pueblos? ¿Qué hacer para que la violencia no desplace a muchas familias, las obligue a abandonar sus hogares y dejar de cultivar sus tierras? ¿Qué hacer para que la gente de estos pueblos no vaya a engrosar los cinturones de miseria en las ciudades? ¿Cómo atacar las causas que obligan a las personas a abandonar sus tierras? ¿Qué hacer para que la gente pueda elaborar y desarrollar sus propias respuestas en sus contextos locales? Ciertamente esto no se logra solamente rezando.
Es una dolorosa realidad que se está viviendo también en Ecuador, en particular y con más fuerza en las provincias de la sierra sur del país y en la el norte, afectadas en la ruralidad, campos olvidados y que ya no pueden ser atendidos porque la población que ha quedado son los ancianos, pues la juventud ha salido a "buscar un futuro" no solo para el que sale como para su familia. Para ello se valen de los coyotes porque su objetivo es llegar a los Estados Unidos, claro que muchos veces no lo logran y en el mejor de los casos son detenidos en su intento y regresados al país, en otros encuentran la muerte.
El estado a la…