Nuestro trabajo es hacer que las personas recuperen la sensibilidad humana
Dicen que los muertos no ven, no oyen, no se mueven… que la insensibilidad es propia de su estado. Esta descripción del ser humano es la que hace el salmo 115 cuando habla del “ídolo”, diciendo que una persona, aunque sea valiosa como el oro y la plata, si tiene boca y no habla, si tiene ojos y no ve, si tiene oídos y no oye, si tiene manos y pies pero no se mueve para cambiar las cosas, para transformar su entorno, su sociedad… entonces es “idólatra”, es decir, es semejante al “ídolo”, igual de insensible ante lo que sucede consigo mismo, con los demás y en su entorno. Es decir un ser sin vida, de oro o de plata, sí, pero al final de cuentas “no vive”.
Resucitar: reconstruir al ser humano
El profeta Ezequiel (36, 26-28) habla de un ser humano con corazón de piedra y con un espíritu viejo. Habla del deseo profundo de Dios de volver a “reconstruir” al ser humano con un corazón de carne y con un espíritu nuevo, diferente de aquél espíritu y corazón que lo hacen un ser insensible ahí donde vive y convive.
No sabemos cómo ni por qué ese ser humano del que habla el profeta llegó a tener ese corazón de piedra, cómo se fue petrificando esa carne y cómo fue envejeciendo ese espíritu que lo movía. Lo cierto es que, para Dios, era necesario un ser humano nuevo en ese contexto.
Jesús, que para nosotros es el único corazón y rostro que conocemos de Dios, no soportaba ver al ser humano sumergido en la “idolatría”, es decir, en la “insensibilidad del ídolo”. Por eso, abría los ojos al ciego, los oídos al sordo, devolvía la capacidad de hablar al mudo, de caminar al paralítico, de mover las manos al tullido… para que pudieran ver con sus propios ojos, para que fueran capaces de escuchar a los demás, para que pudieran externar sus propias ideas, pensamientos, creaciones; para que pudieran caminar con sus propios pies y trabajar con sus propias manos… para que no fueran otras miradas, otras voluntades e intenciones quienes dirigieran sus existencias…
Resucitar: convertir al objeto en sujeto
San Daniel Comboni en su tiempo (segunda mitad de los años 1800), cuando se pensaba que los africanos no eran plenamente humanos y la insensibilidad social permitía la humillación, la explotación y comercialización de África y de quienes vivían en esa parte del mundo, decía a sus misioneros que era posible “salvar África con África misma”, porque el africano era tan humano y tan capaz como el Europeo, porque también era hijo de Dios y que, precisamente por eso, tenía la misma dignidad y misión en este mundo, la misma capacidad creadora de su Padre Dios. El problema era que estaba bajo “el yugo de Satanás” y pesaba sobre él “la maldición Canaán” que solo lo dejaba existir desde el lugar del esclavo: lejos de la libertad, del saber, del poder, de la palabra propia.
El esclavo no podía mirar con sus propios ojos sino desde la mirada del amo, no podía acceder al conocimiento porque solo debía ejecutar órdenes sin saber razones, solo debía someterse porque el poder y la voluntad solo eran de quien se sentía su dueño, no podía hacer escuchar su voz porque la única palabra que contaba era la del amo… Y el esclavo se acostumbró a no ser sí mismo, aprendió a existir así, su corazón se fue petrificando hasta no sentir la necesidad de vivir… se fue resignando a no tener, no poder, no saber, a no ser escuchado… su espíritu fue envejeciendo en esa convicción…
Para San Daniel Comboni era necesario infundir un espíritu nuevo y un corazón nuevo a ese ser deshumanizado. Volver a generar un ser humano nuevo, capaz de transformar su entorno e insertarse como sujeto social y eclesial, un corazón y un espíritu que lo impulsara a ir más allá del lugar del objeto y de la víctima, que lo hiciera llegar al lugar de la imagen y semejanza con Dios. A esto, San Daniel Comboni le llamó Promoción Humana.
Promoción Humana: proceso de resurrección
La Promoción Humana entendida como proceso de levantamiento de un ser derrumbado, deshumanizado, ultrajado, herido y reducido a objeto que puede ser comprado y vendido, es la manera como alguien que sigue la vía de San Daniel Comboni entiende la misión de resucitar muertos dada por Jesús a sus discípulos (Mt 10, 8-10).
Anunciar y realizar la resurrección para alguien que sigue la ruta comboniana, implica hacer hoy y aquí, que individuos y grupos recuperen la vista, que puedan ver con sus propios ojos, que no sean las miradas de otros las que guíen sus percepciones de la realidad en la que se encuentran, que sus conciencias y voluntades no sean manipuladas. Implica hacer que las personas aprendan a escuchar, que abran los oídos a las diferencias, que no piensen que sus ideas, convicciones y valores son los únicos que existen.
La misión de resucitar muertos, implica impulsar procesos que ayuden a las personas a ponerse en movimiento, que no esperen a que otros hagan lo que a ellos les corresponde y pueden hacer… procesos que ayuden a tomar en sus propias manos las riendas de su crecimiento humano y espiritual, que caminen con sus propios pies hacia la dignidad humana querida por Dios. Procesos que hagan que ese ser humano abra la boca y haga escuchar su palabra, su propia voz.
Quien se siente hermano o hermana del ser humano sabe que su misión no es ser voz de quienes no tienen voz, sino que su caminar tiene como finalidad que el que cree no tener voz, se dé cuenta que sí la tiene y la haga escuchar.
Al final de cuentas, nuestra misión es hacer visible que el Reino de Dios ha llegado porque los ciegos ven, los sordos oyen, los paralíticos se levantan y caminan, los tullidos extienden las manos y se ponen a trabajar para transformar su entorno, los mudos recuperan la voz y dicen su palabra… que ningún ser humano que acompaña en su crecimiento humano y espiritual es semejante al ídolo insensible, sino que cada vez más se va asemejando a Dios que es su Papá. Es decir, para nosotros, anunciar y realizar la resurrección, es trabajar para acabar con la idolatría que endurece el corazón humano y envejece su espíritu.
Nuestra sociedad actual, aparece como una sociedad insensible, es decir de muertos, para ello solo basta ver a nuestro alrededor la cantidad de necesidades que nuestra gente lo vive y que se cruzan ante nuestros ojos, no se diga en nuestro caminar de todos los días.
Pero ¿Qué estamos haciendo?
Nos quedamos estupefactos ante tantas necesidades que se nos ponen por delante, es decir, nos quedamos con el corazón de piedra o empezamos a buscar a Dios para que nos ayude en la reconstrucción de nuestro endurecido corazón; pues tenemos que mirar a Jesús nuestro único soporte en esta gran empresa que significa para nosotros convertirnos en seres humanos con un espíritu nuevo y un corazón sensible en el lugar…