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Foto del escritorJoel Cruz Reyes

NO OLVIDAR QUÍENES SOMOS

Valorar nuestra persona

FRASE PARA ESCRIBIR EN UN LUGAR VISIBLE A TODOS:


“Todas las obras de Dios son reflejo de su infinita sabiduría, y reflejo tanto más luminoso cuanto mayor es el grado de perfección de que gozan” (Pacem in Terris n. 5)

EN ESTA REUNÍON EL OBJETIVO ES LOGRAR LO SIGUIENTE:

  • Reconocer que ser persona es el primer valor que debemos vivir en todos los ámbitos de la convivencia social.

  • Redescubrirnos como un “proyecto” y un “plan” de Dios que se debe realizar en el mundo que vivimos.



PUNTO DE PARTIDA:

Detente un poco. Dedica un tiempo para mirar hacia adentro de ti. Guarda silencio y mírate desde tu interioridad. Luego hazte las siguientes preguntas: ¿Existo yo o son otras personas quienes existen en mí? ¿Soy persona humana o soy solo una persona social? ¿Cómo entiendo el término “persona”? ¿Ya había pensado en esto? ¿Por qué es importante volver la mirada hacia mi persona? ¿Soy consciente de mi lugar y mi función en este mundo? Luego comparte tu reflexión y tus conclusiones con los demás.

 

UNA EXPERIENCIA DE VIDA:

Lupita ya pasa de los 70 años de edad. Todos los días anda preocupada por tener la comida lista para sus hijos ya casados y para sus nietos que pasan a verla cuando salen de trabajar. Los fines de semana se va a la ciudad a comprar verduras y legumbres para revender en la entrada del mercado y así pueda tener siempre cebollas, jitomates, chiles, frijol… que durante la semana sus hijas y nueras le van a pedir. Siempre anda corriendo de un lado a otro, sus pies están lastimados por las caídas que tiene con frecuencia por andar apurada por sus hijos, hijas y nietos.

 


Ella cuenta que desde niña trabajaba para conseguir de comer y así ayudar a sus papás porque veía que lo que conseguían no alcanzaba para los gastos, al menos para la comida de todos sus hermanos. Luego se casó y, desde entonces, comenzó trabajar para el esposo y luego para sus hijos. Todo su tiempo, todo su esfuerzo, todo lo que conseguía y lo que consigue actualmente es para los demás, no se acostumbró a dedicarse a ella misma, a cuidarse, a gastar tiempo y dinero también para ella. Siente que si hace eso no es una buena mamá o una buena esposa. Con frecuencia hasta se olvida de que existe y hasta cree que toda su existencia tiene sentido solo si vive para los demás.

 

Dice que ahora con la edad que tiene ya se cansa mucho. Se enferma más y con frecuencia. Se queja de que sus hijos, hijas y nietos no la atienden cuando ella necesita, sobre todo cuando se enferma. A veces llora porque se acuerda de todos los años que ha dedicado y todo el esfuerzo que ha hecho por el bien de sus familiares y de ellos solo recibe indiferencia e ingratitud porque pasan ocupados en sus cosas y se olvidan de ella. Que a veces siente que ya se está volviendo “invisible” para sus hijos porque ya no la necesitan. Que ahora pasa el tiempo y siente que vive como si no existiera para quienes ella ha dedicado todo su tiempo, su esfuerzo y su vida.

 


REFLEXIÓN PARA COMPARTIR:

Cuando hablamos de VALOR nos referimos al “precio”, al “costo”, a la “importancia” que tiene algo. Es decir, cuánto debemos “pagar” por aquello que consideramos importante y necesario. En este sentido, quiero proponerte comenzar este taller de “Vivencia de los valores” volviendo la mirada a tu persona, a todo aquello que habita tu interior: convicciones, creencias, experiencias, sentimientos, ideas que tienes de ti y que son el motor de tu existencia cotidiana para que, con honestidad y sin miedo a la verdad, puedas responder a las siguientes preguntas: ¿Me valoro lo suficiente? ¿Me aprecio o me desprecio? ¿Me quiero o me odio? ¿Me siento bien conmigo o quisiera ser otra persona? ¿Soy feliz o infeliz conmigo? ¿Soy una persona auténtica, original, única, diferente o soy una copia de otras personas? ¿Por qué?


A veces nuestra existencia cotidiana está en función de los demás, y está bien. Lo que no está bien es pensar o creer que ser personas buenas es desgastarnos, destruirnos, descuidarnos, “matarnos” a nosotros mismos para hacer el bien a otros. Porque eso sería “despreciarnos”, maltratarnos, no amarnos… o lo que sería lo mismo, no valorar la imagen de Dios en nuestra persona. Porque no debemos olvidar que nuestro Creador nos hizo a su imagen y semejanza y, por eso, debemos darnos el valor que Él nos dio (Gn 1, 26-27). Si no lo hacemos, le estamos diciendo con hechos, que sus obras son “cosas” sin importancia que pueden ser usadas y luego desechadas.


Es necesario, para poder recuperar nuestro “valor”, recordar, es decir, “volver a pasar por nuestro corazón” (porque eso es “recordar”) el precio que Jesús pagó por cada uno de nosotros. Y ese precio, nos dice San Pablo, fue su Vida misma, a eso se refiere el apóstol cuando dice que Cristo nos “redimió con su Sangre” (Efesios 1,7-8). No olvidemos que “redimir” significa “comprar”, “adquirir” y la “sangre”, en la Biblia, significa la vida misma. Es decir, cada uno de nosotros valemos la Sangre de Cristo, la Vida misma de Dios y eso no es poca cosa.



Si queremos fortalecer aún más nuestro valor como personas únicas, auténticas y originales, entonces debemos mirarnos desde el Nombre de Dios que es YO SOY EL QUE SOY, ese es el Nombre que escuchó Moisés y quien lo envió a liberar a los esclavos en Egipto. Tomar conciencia de nuestro ser personas desde este Nombre (de Dios) hace que, poco a poco, nos vayamos liberando y dejemos de ser “esclavos” de otras personalidades y de otras identidades que nos obligan a ser como ellos o ellas y nos encadenan al camino de la “imitación” de su ser y su actuar diluyendo nuestra existencia en la de ellos o ellas.


¿Qué significa ser “persona humana”? Esta es la pregunta fundamental para “valorarnos”, para existir desde lo que realmente valemos dondequiera que nos encontremos. La primera respuesta que debemos dar es que somos “sujeto” no un “objeto” que solamente es usado y luego desechado ahí donde vivimos y convivimos. Es decir, somos “actores” que desempeñan un rol específico, un “papel” en el escenario social. No somos solamente un número sin nombre y sin una misión específica que desempeñar. Esto significa que somos individuos libres con inteligencia, conciencia y voluntad, capaces de razonar por sí mismos, de ser responsables, es decir, capaces de elaborar nuestras propias respuestas en las condiciones en las que nos encontramos.



Tomar conciencia de que tenemos derechos y deberes y que, por ser “sujetos” y no “objetos”, tenemos el deber de hacer oír nuestra voz y trabajar para que los derechos que tenemos sean reconocidos, respetados y realizados en nosotros y en los demás ahí donde convivimos. En este sentido, nos haría mucho bien mirarnos como un “proyecto” de Dios que forma parte del Plan de salvación que Él tiene para el mundo para que, de esta manera, nos enfoquemos en buscar y comprender el rol, el papel que Dios quiere que desempeñemos ahí donde vivimos y convivimos. Es decir, identificar nuestra vocación y misión hoy y aquí para no pasar el tiempo como si no existiéramos.


ENCUENTRO CON LA PALABRA DE DIOS

Nos ponemos de pie. Leer el siguiente texto bíblico:

 

“Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida. Yahvé Dios plantó un jardín en un lugar del Oriente llamado Edén, y colocó allí al hombre que había formado. Yahvé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, agradables a la vista y buenos para comer. El árbol de la Vida estaba en el jardín, como también el árbol de la Ciencia del bien y del mal. (…) Yahvé Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara.” (Gn2, 7-15)

 


SILENCIO Y REFLEXIÓN

Reflexionemos en silencio para que la Palabra de Dios transforme nuestra vida.

 

PARA COMPARTIR:

  • ¿Qué te hace pensar el texto que escuchamos a partir de lo que hemos compartido?

  • ¿Has pensado en algún momento por qué y para qué te puso Dios ahí donde vives y convives?

  • ¿Te consideras una persona original, auténtica o crees que eres como muchas otras personas que conoces?

  • ¿Quieres ser tú mismo/a o pasas el tiempo queriendo ser otra persona?

  • ¿Cuál es el papel o la misión que sientes que Dios te pide realizar en la sociedad?

  • ¿Qué es lo que sientes que debes trabajar para valorarte como “persona humana” ahí donde te encuentras?

 


ORACIÓN:

De manera espontánea expresa en voz alta lo que Dios haga surgir de tu corazón.


COMPROMISO

PARA TU PROYECTO VIDA. Primero pregúntate si te sientes bien así como existes actualmente. Si sientes que desde tu interior hay una voz que te sugiere cambiar y ser tú mismo o tú misma entonces comienza con el primer paso para valorarte como persona: HAZ UN INVENTARIO PERSONAL en el que puedas enlistar primero aquello que consideras tus FORTALEZAS, luego aquello que sientes que son tus DEBILIDADES; luego, mira y contempla con mucha atención tu realidad personal, familiar, laboral, vecinal, social y religiosa, busca en ellas las OPORTUNIDADES que se te presentan y anótalas. Finalmente, ante esas oportunidades que ves, anota también las posibles AMENAZAS que ves y que podrían complicar o dificultar que puedas aprovechar esas oportunidades. Puedes tomar una hoja de papel y dividirla en cuatro columnas: en la primera anotas tus fortalezas, en la segunda tus debilidades, en la tercera las oportunidades que ves, en la cuarta las amenazas que percibes. Luego en un momento de oración personal habla con Dios sobre lo que has descubierto en tu persona y pregúntale qué puedes hacer o qué quiere Él que hagas con todo ese inventario personal.

 

ORACIÓN PARA HACER JUNTOS:


Señor, tú me sondeas y me conoces;

me conoces cuando me siento o me levanto,

de lejos penetras mis pensamientos;

distingues mi camino y mi descanso,

todas mis sendas te son familiares.

 

No ha llegado la palabra a mi lengua,

y ya, Señor, te la sabes toda.

Me estrechas detrás y delante,

me cubres con tu palma.

Tanto saber me sobrepasa,

es sublime, y no lo abarco.

 

¿Adónde iré lejos de tu aliento,

adónde escaparé de tu mirada?

Si escalo el cielo, allí estás tú;

si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;

 

si vuelo hasta el margen de la aurora,

si emigro hasta el confín del mar,

allí me alcanzará tu izquierda,

me agarrará tu derecha.

 

Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra,

que la luz se haga noche en torno a mí»,

ni la tiniebla es oscura para ti,

la noche es clara como el día.

 

Tú has creado mis entrañas,

me has tejido en el seno materno.

Te doy gracias,

porque me has escogido portentosamente,

porque son admirables tus obras;

conocías hasta el fondo de mi alma,

no desconocías mis huesos.

 

Salmo 138



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