Recuerda quién eres y vívelo...
¿No te sientes como si no existieras? ¿Como si fueras simplemente un número, parte de una estadística? ¿O tal vez parte de una multitud sin forma y sin conciencia? ¿O no te sientes como un ser invisible porque a nadie le interesa tu presencia y por eso ni siquiera te miran? ¿No sientes el peso del anonimato en tu existencia ahí donde vives y convives? ¿O peor aún, como si fueras simplemente un "objeto" o una pieza de una maquinaria de producción de bienes materiales o de servicios? ¿Una simple fuerza de trabajo? ¿O un "recurso" que muchos utilizan para sus intereses o su bienestar, como si no tuvieras vida ni sentimientos? ¿Conoces gente que se siente así o es tratada así? ¿Conoces gente que pasa sus días como si no existieran?
Muchos piensan y creen que el acontecimiento que celebramos cada 24 de diciembre es para conmemorar el nacimiento de Jesús. Incluso, mucha gente, en un tono un tanto "romántico", dice que "Jesús nace de nuevo" para estar entre nosotros. Para muchos otros, es simplemente un pretexto para fiestas familiares o adornar con luces multicolores los ambientes donde viven y conviven para romper la rutina de la vida diaria y, para muchos otros, es la época del año en el que mejora su economía por las ventas que pueden hacer.
Muy pocos recuerdan el anhelo profundo de Dios de que ese ser humano que Él hizo con sus propios dedos, no pierda el aliento que infundió en su ser, que no olvide y pierda su esencia divina y termine siendo más semejante a los animales y a las cosas y ya no se parezca a Él, que es su Padre. Muy pocos piensan, en esta época, en el deseo profundo de Dios de que no olvidemos nuestra esencia divina:
Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente. (Gn 2, 7)
Y creó Dios al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. (Gn 1,27)
Dios sabe que el tiempo, las ideologías sociopolíticas, culturales y religiosas, las experiencias de vida,... es decir, eso que llamamos "historia", desgastan y envejecen nuestro espíritu y nuestro corazón. Que poco a poco nuestro espíritu va envejeciendo en tradiciones, hábitos y costumbres, nuestro corazón se va petrificando y haciéndose insensible ante la normalización de la injusticia, la violencia y la muerte.
Sin darnos cuenta, vamos perdiendo el ánimo, el dinamismo propio de la vida y casi nos volvemos "zombis" ensangrentados pero insensibles. Es decir, el tiempo, la historia, las ideologías y las experiencias nos van deshumanizando de tal manera que dejamos de parecernos a nuestro Padre Dios y, convertimos el Jardín del Edén (el mundo) en el que Dios nos puso para cuidarlo y cultivarlo, en un campo de batalla y un infierno que atormenta a todos.
Ese espíritu envejecido y ese corazón endurecido nos arrinconan al anonimato y a la masificación sin forma de nuestro ser y nuestra conciencia porque queremos ser como todos, como las multitudes sin sentido, sin ideales, sin proyectos, sin horizontes... la imitación sustituye la originalidad de nuestro ser... ya no queremos ser nosotros mismos o no nos damos cuenta que ya no somos nosotros quienes existimos; nuestro espíritu débil y nuestro corazón insensible, nos aconsejan acostarnos en la resignación y dejar que el mundo ruede. Y así, entregamos las riendas de nuestra vida y nuestra historia a quienes se plantan frente a nosotros como nuestros líderes políticos, religiosos o culturales.
Ante esta realidad de deshumanización que se vuelve "normal" para muchos, Dios toma la iniciativa para cumplir su promesa:
"Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en práctica." (Ez 36, 26-27)
La Navidad, en este sentido, no es para conmemorar el nacimiento de Jesús, mucho menos el tiempo en el que Él vuelve nacer entre nosotros. Tampoco es simplemente un tiempo litúrgico u ocasión para consumir y gastar en fiestas familiares, corporativas o sociales.
En este tiempo no es Jesús quien nace, somos nosotros quienes debemos nacer nuevamente como "SERES HUMANOS".
La Navidad es para volver a nacer como Nicodemo que ya había envejecido en tradiciones, creencias, costumbres, hábitos sociales y religiosos. La mirada hacia sí mismo y hacia Dios había envejecido tanto que su existencia se había vuelto oscura y confusa (Jn 2, 23; Jn 3, 21). Tenía que volver a nacer del "agua" y del "espíritu".
Tenía que "lavar" su persona, su existencia, su ser ensuciado por la normalidad social, política, religiosa, cultural... tenía que "matar" creencias, convicciones, hábitos y costumbres que disminuían su humanidad... tenía que dejar de existir sin "espíritu", dejar ese tipo de vida mecánica, dejar de sentirse como si fuera simplemente una máquina de servicios, o un número que sostiene estructuras de poder político, religioso o egos personales de quienes se cren las cabezas de la sociedad...
Tenía que "RECORDAR", es decir, "VOLVER A PASAR POR EL CORAZÓN" esa conciencia de ser "IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS", no un simple ministro de un culto o una pieza invisible de una maquinaria que llamamos sociedad.
Jesús nació hace más de 2000 años para mostrarnos cómo nace, crece y vive EL SER HUMANO CREADO POR DIOS, ese ser humano que tiene CONCIENCIA DE HIJO DE DIOS. Nació para que ningún ser humano olvide su HUMANIDAD, para que ningún ser humano reduzca su dignidad y se conforme con asemejarse al animal o al objeto y permita ser tratado así, se trate así o vea y trate a sus semejantes de esa manera. Nació para que ningún ser humano se reduzca a un número en la sociedad.
El evangelio de San Lucas (Lc 2, 1-7) nos dice que, Jesús nació cuando el emperador romano, para satisfacer su ego, medir su popularidad y su poder, mandó hacer un censo en todo el imperio:
Por aquel entonces se publicó un edicto de César Augusto, por el que se ordenaba que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. Todos fueron a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José subió desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue. (Lc 2: 1-7)
El Papa Juan Pablo II en su mensaje de navidad de diciembre del 1996, haciendo referencia a este hecho, se refirió a la Navidad como la “fiesta de la humanidad”, porque con este hecho, dice, “nace el ser humano”, cada uno de los millones que han nacido, que nacen y nacerán en esta tierra. Ese ser humano que después entra a formar parte de una estadística, perdiéndose en el anonimato y convirtiéndose en un número. No es casualidad – nos dice el papa – que Jesús haya venido al mundo en el período del “censo” del emperador romano que pretendía saber cuántos “súbditos” tenía a su servicio.
Con este acontecimiento (nacimiento de Jesús), dice el Papa, el ser humano deja de ser un número, deja de ser objeto de cálculo político y económico para convertirse en “persona”.[1] En este sentido, la Encarnación es el misterio que define al ser humano como único e irrepetible y llamado por su propio nombre (Lc 1, 31).
El Verbo encarnado – continúa el papa – es el comienzo de una nueva fuerza de la humanidad, una fuerza abierta a todo ser humano que lo convierte en “hijo de Dios”, y de este modo, la humanidad del hombre se convierte en “expresión” de la Palabra de Dios (Jn 1, 12). Esta es la razón fundamental por el que todo ser humano tiene el derecho y el deber de hacer que la vida propia y la de sus semejantes sea cada vez más humana: más racional, más semejante a Dios que a los animales que se caracterizan por la irracionalidad y lo instintivo o a las cosas que solo son usadas y luego desechadas.
Todos debemos aceptar y respetar esta verdad, dice el Papa (comunidades, pueblos, naciones, regímenes, sistemas políticos, económicos, sociales, culturales, religiosos…), esta verdad pronunciada por el misterio de la Encarnación en el que vive cada uno de los seres humanos desde que Cristo ha nacido. Es necesario que a este misterio se le permita desarrollarse y actuar en cada ser humano, este es el objetivo de toda la evangelización. Esta es la razón por la que no se puede destruir, humillar u odiar al ser humano.
La Navidad, entonces, no es para celebrar el "cumpleaños de Jesucristo", es para recordar (PASAR DE NUEVO POR NUESTRO CORAZÓN) que con el nacimiento de Jesús, NACEMOS NOSOTROS COMO SERES HUMANOS; es para no olvidar que Dios, nuestro Padre, se entristece y se enoja cuando aceptamos, con resignación o de buena gana, ser un número en la sociedad o en la religión. No, eso no es agradable a Dios, Él quiere que seamos como Jesús: su Hijo amado que ha sido enviado a salvar al mundo. Es decir, un ser humano que tiene su Espíritu y su corazón:
"El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Jesús entonces enrolló el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó, mientras todos los presentes tenían los ojos fijos en él. Y empezó a decirles: «Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas.»" (Lc 4, 18-21)
Este es el ser humano que debe nacer en ti, si no, no tiene sentido la Navidad. ¿De qué sirve tanta fiesta y tanto gasto si al pasar esta fecha sigues siendo la misma persona de siempre? ¿De qué sirve tanto adorno y tantos regalos si vuelves a ser esa persona que vive sus días como si no existiera? ¿De qué sirve tanto culto si tu espíritu sigue envejecido en tradiciones, hábitos, creencias y costumbres que te deshumanizan? ¿De qué sirve tanto "romanticismo" navideño si sigues siendo esa misma persona insensible e indiferente ante lo que sucede a tu alrededor? ¿De qué sirve tanta celebración si seguirás siendo la misma persona que no busca una sociedad más humana, justa y fraterna?
Recuerda siempre esto: LA NAVIDAD ES PARA QUE NAZCAS TÚ COMO SER HUMANO, Jesús ya nació hace mucho tiempo. Ahora, el deseo profundo del corazón de Dios es que seas, de verdad, UN NUEVO SER HUMANO, distinto, diferente, UNA LUZ QUE SE ENCIENDE EN LA OSCURIDAD SOCIAL que nos envuelve. Si no naces de nuevo, la Navidad será una celebración más sin Jesús y sin ti. Y la sociedad seguirá siendo ese campo de batalla donde es más probable encontrarse con la muerte y no con la vida.
Observa detenidamente el pesebre y, en lugar del Niño Jesús, coloca tu nombre ahí o tu fotografía, para que no olvides que lo más agradable para Dios, no es que "recuerdes el nacimiento de Jesús", sino que recuerdes que ERES TÚ QUIEN DEBES NACER Y CRECER EN HUMANIDAD y, puedas celebrar cada 24 de diciembre TU CUMPLEAÑOS COMO SER HUMANO. Esto es lo más agradable a Dios. Lo demás es solo folklore social o religioso.
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