¿Por qué nos agredimos?
Si lees el libro del Éxodo, sobre todo los primeros capítulos, encontrarás a seres humanos que se agreden, que unos "somenten" a otros y muchos se someten y se resignan a su situación de esclavitud. Pero también descubrimos a un ser humano "esclavo" que agrede también a otros que padecen la misma condición de esclavitud. En ese contexto de esclavitud agresiva y violenta Dios introduce a Moisés para que inicie un proceso de liberación de esa esclavitud que encadena al ser humano a la violencia y la agresión mutua. Para que abra un camino que conduzca a la liberación de la esclavitud física, mental, política, cultural, religiosa... que permita transformar a ese ser humano violento, destructor y que es capaz de matar, en una presencia que genera vida y una convivencia fraterna en los lugares donde se encuentra.
La imagen de la "tierra prometida" que Moisés dibuja en la mente de los esclavos que solo sabían de violencia y de muerte, se convierte en un horizonte, en un sueño, en una meta... es decir, una realidad aún no alcanzada hacia donde se debía caminar.
Cuando el esclavo siente que las cadenas se rompen, experimenta la "liberación", es decir, la "ausencia de las cadenas", pero eso no quiere decir que los hábitos, las costumbres, las creencias, las convicciones, los vicios, las actitudes... que se forjaron desde el molde del esclavo desaparecen o se transforman automáticamente y en el momento en que las cadenas se rompen, no, la "liberación" es apenas el principio del camino, hace falta mucho recorrido todavía para que este ser humano aprenda a existir como hermano de sus semejantes.
Lo que debemos tener muy claro quienes lo acompañamos en su camino hacia la libertad, es que se comienza por "romper las cadenas que lo limitan" para que pueda caminar hacia la fraternidad con los demás. Y esto lleva su tiempo porque es una realidad aún no alcanzada por la que se debe trabajar. La liberación es el punto de partida, la fraternidad es el pundo de llegada, pero el camino es largo.
La experiencia de acompañamiento a otras personas y mirando también nuestra mentalidad, hábitos y costumbres, nos dicen que la libertad y la fraternidad son bienes que aún no se realizan plenamente, esto es lo que simbólicamente nos puede decir el hecho que los relatos del Éxodo terminen con el pueblo mirando de lejos la tierra prometida. Ya nos encontramos en camino hacia la meta (la fraternidad), cierto, porque contamos con un sinfín de iniciativas, pero aún no llegamos; esto es evidente si miramos nuestra convivencia humana cotidiana a todos los niveles donde parece que la libertad y la fraternidad no encuentran condiciones para realizarse plenamente.
La fraternidad que Dios quiere, es aquella que exige la realización de la justicia, la paz y que defiende al “huérfano y la viuda”, que ama al forastero… es decir, sostener y defender a los más débiles. Esta es la fraternidad que promete Dios y que pretende realizar a través de quienes dicen ser “su pueblo” y sus hijos.
El huérfano y la viuda, son una categoría emblemática de la pobreza en la cultura bíblica, en la que constantemente se hace énfasis, para mostrar que Dios es el verdadero protector de los más débiles y pobres, y se convierten en una especie de “fórmula” que expresa la voluntad de Dios de aplicar la justicia con equidad. Por lo mismo, la legislación debía realizarse en un horizonte religioso porque la protección del débil es condición básica para que Dios pueda estar en medio del pueblo. Esta perspectiva bíblica pone al descubierto el nexo profundo entre la fe y la vida social.
La conciencia social que se deriva de esta perspectiva bíblica es que Dios es el padre del huérfano y el esposo de la viuda. Por eso sale en su defensa en un contexto en el que se les desprecia y se les explota; de hecho, eran ellos, el huérfano y la viuda, quienes eran obligados de diversas maneras a asumir la condición de esclavos para pagar sus deudas, porque no tenían personalidad jurídica y de consecuencia no tenían ningún derecho. Cualquiera podía aprovecharse de ellos sin comprometer su situación ante la ley.
El aspecto social conectado con la dimensión religiosa y la visión de Dios como el protector del débil, es el telón de fondo de las Escrituras. Por lo mismo, si es voluntad de Dios la defensa y protección de los débiles en la sociedad, es deber de los ciudadanos y las autoridades realizar esta voluntad. Es deber de todos no permitir que los débiles sean víctimas de la injusticia. La falta de justicia en este sentido, es el objeto de los reclamos y denuncias de los profetas porque el cuidado del “huérfano y la viuda”, en la perspectiva bíblica, se convierte en el horizonte de la vida de todo el pueblo, porque debía respetar y promover los derechos de los pobres. Por lo mismo, todos deberían ser sensibles al grito de las víctimas de la injusticia humana.
La fe que tenemos y proclamamos, si volvemos la mirada a las Escrituras, tenemos que aceptar que considera la defensa de los débiles en la sociedad como voluntad explícita de Dios. El conocimiento y estudio de las Escrituras nos lleva a esta convicción que necesariamente renueva nuestra manera de creer y actuar en la sociedad en la que nos encontramos. Ciertamente, reconocemos a Dios como Rey, pero no de una manera triunfalista y alejada de la realidad social en la que nos encontramos. Creemos en Dios como Rey que guía al pueblo para que desarrolle su propia existencia, individual y colectiva, en el horizonte de la paz, la justicia y de la tutela-promoción de quienes se encuentran en los “confines” de la pobreza humana, a quienes pertenecen a las categorías más débiles y marginadas.
El horizonte bíblico de nuestra acción social como cristianos, nos pide volver la mirada a las periferias sociales pero no el plano social, económico o político, sino en el plano de la fraternidad que nace de la fe en Dios que es Rey de justicia y de paz para todos, pero sobre todo de los más desfavorecidos en todos los sentidos, a los que estamos llamados, por Dios, a promoverlos, defenderlos, acompañarlos. Nuestra acción social, desde esta perspectiva, es la única manera por la que la promesa de Dios de tener una tierra donde se viva en libertad y fraternidad, puede concretarse, puede hacerse visible, plantear un ideal de sociedad menos sociológico y más teológico en esta sociedad cada vez más necesitada de Dios.
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