Condiciones que matan la profecía
Una de esas veces en las que Jesús deja sentir su tristeza y casi impotencia frente a la realidad, es cuando contempla la ciudad de Jerusalén (Mt 23, 37-39; Lc 13, 34-35). Es decir, cuando se encuentra con la realidad urbana que muestra un tejido de comercio, religiosidades, formas de ejercer la política e intereses de diversos grupos, que no sólo se habían vuelto incapaces de darse cuenta de la presencia de profetas en la sociedad, sino que creaba todas las condiciones para matarlos.
La tristeza de Jesús dibujada en los evangelios puede representar el corazón de toda aquella persona que trabaja por la paz en una sociedad que ha hecho de la violencia su herramienta preferida para convivir y lograr sus fines. Y es que, los mecanismos políticos, del mercado, los radicalismos y extremismos, de diferentes maneras, van matando las posibilidades y, sobre todo, el ánimo y la esperanza de quienes buscan construir una fraternidad social que nace de Dios.
La rapidez con la que se dan los acontecimientos nos hacen sentir que el mundo gira de tal manera que nos parece imposible alcanzarlo e ir al ritmo de sus movimientos y sus cambios en todos los ámbitos de la vida humana. Por eso, algunos dicen que en la actualidad sobreviven y tienen éxito no los más fuertes sino los más rápidos, los más veloces. Con frecuencia nos sucede, como personas que buscan el bien común, que cuando comenzamos a entender o encontrarle sentido a los sucesos, luego nos damos cuenta que ya estamos fuera de tiempo.
En esta rapidez del mundo es difícil que las personas puedan identificar lo que es importante en la realidad y concentrarse en ello. Su mente da vueltas a una velocidad que no les permite detenerse, reflexionar, pensar, discernir… todo se vuelve transitorio, volátil, fugaz,… todo se vuelve “breve”, nada es permanente. Por lo mismo, no es raro encontrarnos con gente, incluso cristiana, que piensa que nada es importante, que todo es desechable. Gente envuelta en tanta basura informativa, que sus esfuerzos por retener lo que verdaderamente es esencial y vital, se desvanecen.
Con frecuencia contemplamos actitudes que parecen decir que “en este mundo no se trata de saber a dónde vamos sino de llegar primero”, ¿A dónde? No importa, hay que llegar “a ninguna parte”, pero ser el primero en llegar.
Esta perspectiva de vida, cada vez más común, hace que las personas confundan a los demás como “cosas que se mueven”, pero no como seres humanos.
Contemplar la ciudad con ojos de quien quiere construir la paz, nos descubre un contexto que puede desanimarnos, porque vemos personas que generan situaciones cada vez menos humanas porque ellas mismas son cada vez menos humanas. El contexto les permite solamente “pulsar botones” sin saber cómo ellos hacen funcionar el resto de los procesos. Esto los hace cada vez menos capaces de comprender las interioridades del mundo, de las personas, de las situaciones mismas que se viven.
Nadamos junto con la gente en un mar inmenso de información que no logramos procesar. Ciertamente la perspectiva teológico-humanista en la que se mueve nuestro actuar de promores y promotoras de paz, no nos permite perder de vista al ser humano y su esencia, por lo mismo, nuestra presencia entre las personas de hoy, debe ayudarlas a saber distinguir la realidad de la fantasía; a no abrumarse y construirse nichos donde el individualismo los hace sentirse “amos y señores”.
Evitar que se refugien en sus pequeños mundos artificiales y personales que los aísla y los vuelve solitarios, anónimos que se pierden en las estadísticas, sin nombre y sin lugar específico en el mundo, desconectados totalmente de la realidad que los rodea, es la finalidad de nuestro acompañamiento pacificador en un mundo como éste.
Este “estar” entre la gente como acompañantes de su crecimiento humano y espiritual, nos exige la conciencia y la aceptación que hoy, más que nunca, las imágenes han reemplazado a las palabras; que la palabra ha perdido peso y las imágenes que parpadean ante nosotros son tan efímeras, que resulta difícil captar la totalidad de las cosas. Las palabras hoy se dicen sin sentido, basta escuchar la canción del momento para darnos cuenta de esto. De hecho, para que una canción tenga sentido, necesita de un video, de una serie de imágenes que puedan hacer comprensible las palabras.
Hoy no es importante lo que se dice sino lo que se ve. Estamos en un mundo donde la capacidad de leer y escuchar palabras es objeto de museo. Ahora lo que se ve es lo que toca el corazón y la conciencia de las personas. El mundo de hoy, con la rapidez con que gira, no nos permite hacer grandes discursos, sólo nos deja una alternativa: hacer ver lo que creemos.
Sabemos que, para un constructor de paz, es fundamental captar y comprender a Dios desde la interioridad del mundo, de las personas y las situaciones; sabemos que nuestra misión es hacer que todas las personas se perciban como hijas de Dios, pero también sabemos que el mundo de hoy no se los permite y, por eso, parecen islas incomunicadas en medio de tanta tecnología, rodeadas por un inmenso mar de ignorancia y sinsentido.
La tristeza de Jesús ante un mundo como el nuestro, es inevitable. Él que es la Palabra ha perdido peso en un mundo como este. Esta Palabra necesita ser acompañada, hoy más que nunca, por imágenes vivientes capaces de hacer entendible su mensaje y su proyecto de mundo y de ser humano. Necesita de hombres y mujeres dispuestos a hacer “carne” hoy la Palabra pronunciada por Dios hace más de dos mil años en un mundo donde las personas sólo saben usar los ojos y sus dedos en una cultura digital.
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