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La realidad no es una sala de "espera"

No hay que sentarse a esperar a que las cosas cambien


La Iglesia en todos sus documentos oficiales, cuando habla de la dignidad humana (Cfr. Pacem in Terris n. 14) señala al ser humano como el sujeto de sus derechos. Esto significa, en concreto, que este ser humano debe comprometerse, como individuo y como comunidad, a trabajar para que sus derechos sean reconocidos; es decir, el reconocimiento, el respeto y la realización de los derechos humanos no caen del cielo sin ningún esfuerzo en un contexto envuelto por la injusticia en todas sus expresiones.


La realidad y el contexto en el que cada individuo o comunidad se encuentra, no es una “sala de espera” donde solo hay que sentarse a esperar a que las cosas cambien, sino un lugar donde cada uno debe promover, defender y tutelar los derechos que cada uno tiene por el hecho de ser humano. Por eso, desde la perspectiva de la Iglesia, las cuestiones que tienen que ver con los derechos humanos son parte de la misión que cada individuo que se dice cristiano debe realizar.



Esta misión del cristiano en un mundo asfixiado por la injusticia implica visualizar los deberes que todo ser humano tiene para mejorar las condiciones de vida y de convivencia. Uno de estos deberes es el de “conservarse en vida”, es decir, conservar la vida para cada uno y para todos. Este es el primer deber que el cristiano debe cumplir; esto implica defenderla ante todo aquello que pretende extinguirla sobre todo en grupos humanos y sectores que la sociedad y sus estructuras productivas considera “no necesarios para vivir”.


La visión cristiana de la dignidad humana y sus implicaciones no se ubica en el plano victimista y de quien es solamente “objeto de derechos”, porque sería fortalecer una manera sociológica y sociopolítica de pensar que convence al ser humano de quedarse esperando a que otros se ocupen de crear las condiciones para que pueda realizar sus derechos. Esta visión empobrecida de responsabilidad hace que los individuos “deleguen” sus deberes a organismos e instituciones que, con frecuencia, se mueven por intereses ajenos al bien común.



La perspectiva cristiana de la dignidad humana conecta todo derecho con un deber o con varios deberes. Es decir, hace al individuo responsable del cumplimiento de sus derechos en el contexto en el que vive, de él depende que la injusticia pierda terreno en los lugares y personas con quienes se relaciona. En otras palabras, un verdadero cristiano, está consciente que entre derechos y deberes existe una reciprocidad que no puede ignorarse si queremos una sociedad más humana para todos.


Colaborar, es decir, trabajar juntos, unir fuerzas, participar… son las consecuencias inmediatas de una conciencia que se considera sujeto de los derechos humanos. Esta conciencia hace surgir comunidades que conviven y trabajan para contribuir en la creación de ambientes cada vez más humanos. La actitud de responsabilidad social se vuelve la carta de presentación del cristiano que adquiere la conciencia de ser un misionero que custodia, promueve y defiende la dignidad humana. Esto significa que el cristiano comienza actuar consciente y libremente, por decisión personal, por convicción e iniciativa propia y no por presiones sociales o de cualquier tipo.



El cristiano que se descubre como misionero de la dignidad humana, comienza por reconocer con sinceridad los derechos y los deberes de todos y cada uno; por lo mismo, comienza a sentir como propias las necesidades y exigencias de los demás y a comprender las implicaciones sociales del amor a Dios y al prójimo como a sí mismo. Es decir, comprende que los derechos y deberes no dependen de declaraciones de organizaciones internacionales sino de la fe que tiene en el Dios verdadero y no en los ídolos que tienen ojos y no ven, que tienen oídos y no oyen, que tienen manos y no hacen nada para humanizar el mundo (salmo 115).


La fe en un Dios que no es ajeno a los gritos, los maltratos y las condiciones inhumanas en las que vive su pueblo (Ex 3, 7-10), compromete al cristiano a crear condiciones más justas para todos, hace que su acción no se quede solamente a un nivel sociológico o político sino trasciende a lo teológico; es decir, tiene a Dios como origen de su trabajo por los derechos humanos. Porque no puede hacer otra cosa que lo que Dios mismo hace: promover, defender, tutelar, realizar… los derechos y deberes de la persona.



No es la reivindicación el plano en el que el cristiano se mueve en la sociedad sino en la conciencia de tener una misión social que implica generar una conciencia de responsabilidad social de individuos y comunidades, convertirlos en sujetos de transformación de realidades inhumanas a contextos que favorecen la dignidad humana en todas sus expresiones. Que todo individuo entienda que la dignidad humana se descubre, se reconoce y se trabaja arduamente para que sea respetada y realizada en todos los ámbitos de la vida.


El compromiso y dedicación permanente y cotidiana a nivel personal y comunitario, teniendo en cuenta las posibilidades y capacidades de cada uno, no puede faltar si queremos un mundo mejor. Esto está muy claro en la mente del cristiano que entiende su misión en el horizonte secular de su existencia. Por eso, se empeña en desarrollar la mejor parte de sí mismo y de los demás, para crear las condiciones que permitan a todos ser sujetos en la construcción de un orden socio-político más justo.



Como cristianos debemos tener claro que existe una relación profunda entre realización de la persona y la dignidad humana. Es decir, para que la persona llegue a la felicidad debe conectar estos dos elementos, de lo contrario no puede experimentar el Reino de Dios, porque no debemos olvidar que el Reino es Justicia, paz y gozo. Por lo mismo, trabajar por la realización de sí mismos es fundamental porque esto se traduce en crecimiento en humanidad, que luego es lo mismo que crecer en el ser imagen y semejanza de Dios que ha bajado entre nosotros para dar vida en abundancia a todos.



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