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La paz: prioridad de Dios

Guía de oración personal y comunitaria

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Animador:

Seguramente en nuestra cotidianidad hemos escuchado con frecuencia esta palabra: PRIORIDAD. Algunos dicen: “es prioridad”, “es prioritario”, “hay que priorizar”… Según nuestra experiencia y según lo que hemos escuchado o aprendido intercambiemos algunas ideas sobre éstos términos a partir de las siguientes preguntas:


  1. ¿Qué es algo prioritario para ti?

  2. ¿Por qué es necesario priorizar?

  3. ¿En tu vida qué es lo prioritario?

  4. ¿Qué será lo prioritario para Dios?

  5. ¿Qué es entonces PRIORIDAD?

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Animador:

En este momento de encuentro con la Biblia intentaremos descubrir y asimilar la prioridad misionera de Dios. Es decir, lo que para Dios es más importante en el anuncio del Evangelio a los pueblos. Esto, en otras palabras, se traduce como lo más importante que debe anunciar el discípulo y apóstol de Jesucristo. 


Invocación del Espíritu Santo

  1. En la búsqueda  y la comprensión de la Voluntad de Dios es fundamental la invocación del Espíritu Santo. Él es la luz que ilumina nuestras mentes y prepara nuestro corazón para captar afectiva y efectivamente los sentimientos de Dios.

  2. Momento de silencio.

  3. Canto de invocación del Espíritu Santo.

  4. Oración al Espíritu Santo.

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Lectura del texto bíblico

  1. Entrada de la Palabra, acompañada con un canto.

  2. Proclamación de la Palabra.

  3. Del Profeta Isaías (Is 2, 2-4).

“Al final de los tiempos, el cerro de la Casa de Yahvé será puesto sobre los altos montes y dominará los lugares más elevados. Irán a verlo todas las naciones y subirán hacia él muchos pueblos, diciendo: Vengan, subamos al cerro de Yahvé, a la Casa del Dios de Jacob, para que nos enseñe sus caminos y caminemos por sus sendas. Porque la enseñanza irradia de Sión, de Jerusalén sale la Palabra de Yahvé… Harán arados de sus espadas y sacarán hoces de las lanzas. Una nación no levantará la espada contra la otra, y no se adiestrarán para la guerra”.
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Meditación personal.

Animador:

Ahora nos dispersamos, buscamos un lugar para estar solos y retomar el texto bíblico para leerlo personalmente con más calma. Intentemos meternos en la escena que nos dibuja el texto, comencemos a hacerle todas las preguntas que queramos, como si el texto fuera una persona con la que vamos a dialogar.


  1. ¿Qué siento al leer el texto? 

  2. ¿En qué me hace pensar?

  3. ¿Quiénes son los personajes que más me cuestionan o son más significativos para mí? ¿Por qué?

  4. ¿Qué palabras, frases o figuras me quedan sonando en la mente y en el corazón? ¿Por qué? ¿Qué significado les doy?

  5. ¿Qué crees que te pide Dios?

  6. Escribe lo más importante que te deja la lectura del texto bíblico.

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Oración personal 

Animador:

  1. Es el momento de platicar con Dios sobre todos esos sentimientos, interrogantes, ideas… que te fueron surgiendo durante la lectura y meditación del texto.

  2. Compártele tus sentimientos, tus sueños, lo que piensas, lo que deseas…

  3. Pídele aquello que sientes que necesitas.


Contemplación

Animador:

Ahora ya no digas nada, ya no hagas nada. Simplemente quédate quieto, en silencio… deja que el Espíritu te guíe, sólo déjate llevar… descansa en Él. Vive este momento en paz, sin prisas… Si sientes ganas de alabar a Dios, de darle gracias, de sonreír con él… hazlo, así como te lo sugiera el corazón. 

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Compromiso

 Animador:

  1. Ahora termina este momento de encuentro con Dios desde su Palabra comprometiéndote en algo que esté en sintonía con lo que el Señor te ha dicho en el texto que has leído, meditado, orado y contemplado.

  2. Escríbelo y comprométete, interiormente, a buscar la manera de realizarlo. 


Compartir

 Animador:

Comparte con los demás las vivencias, reflexiones, compromisos… que surgieron o se dieron al leer el texto.

  1. El mensaje más importante que me deja el texto.

  2. El sentimiento que experimenté al leer el texto.

  3. La frase, personaje o palabra en la que me quedé.

  4. La reflexión que hice (lo que me hizo pensar).

  5. El compromiso que me llevo.

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Ideas para una reflexión final: 

  1. Según el texto que hemos leído y meditado, un pueblo cuando se encuentra con Dios y sigue su enseñanza y sus caminos, lo primero que hace es TRANSFORMAR LAS ESPADAS Y LAS LANZAS EN ARADOS Y HOCES. Es decir, lo primero que hace es RENUNCIAR A LA VIOLENCIA y dejar de adiestrarse para matar. 


  2. Lo primero que Dios quiere, podríamos decir, es que el ser humano, independientemente de su condición social, racial o religiosa, deje de ser violento, esto es prioritario para Él. En este sentido, construir la paz es la prioridad misionera de todo cristiano no porque él esté convencido de esto, sino porque es la prioridad de Dios. 


  3. Desde siempre el ser humano ha sido formado en “escuelas de violencia”. En todas las culturas y en todos los siglos se han preparado para atacar al otro que se ve como rival, como peligro o como amenaza, de hecho, los ejércitos de las naciones, los cuarteles, centros de adiestramiento para manejar armas, las fábricas de armamento… son escuelas donde la persona aprende distintas técnicas para defenderse, atacar o matar a sus semejantes. 


  4. Los medios de comunicación resaltan los hechos de violencia y de muerte, las relaciones interpersonales, familiares, institucionales, laborales… marcadas por la violencia en diverso grado… las mismas sociedades en las que crecemos son escuelas de violencia. Esto hace nos acostumbremos y aceptemos como normal la convivencia en el plano de la violencia.

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Es importante notar que el profeta Isaías pone el hecho en futuro: “ustedes harán arados de sus espadas”, “no se adiestrarán para la guerra” ¿Pero será posible seguir esperando pasivamente a que vengan tiempos mejores? Nosotros creemos que el Mesías ya ha llegado y está entre nosotros.

Para nosotros el futuro mesiánico es un presente, por eso deberíamos decir: “Los cristianos hacemos arados de nuestras espadas”, “no nos adiestramos para la guerra”. Pero… ¿Qué podemos decir, cuando nuestras sociedades hechas de bautizados, son las más violentas? ¿Qué podemos decir cuando vemos a diario que cristianos agreden y matan a otros cristianos? Es una evidente contradicción con la fe que profesamos. 
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En la perspectiva que el profeta nos plantea el encuentro con Dios, podríamos decir que nuestras comunidades cristianas (parroquias, grupos, movimientos apostólicos, seminarios, escuelas católicas…) son los lugares donde las personas se encuentran con Dios, y por lo mismo, deberían ser espacios donde se desaprende la violencia. Deberían ser como los gimnasios donde la creatividad del cristiano desarrolla una verdadera cultura de paz.

Creer en la palabra de Dios, si tenemos en cuenta el texto que hemos leído, implica para todo cristiano hacerse promotor de una alternativa a la violencia. Todo cristiano buscaría la manera de que cada ser humano transforme sus armas en instrumentos y fuerza de trabajo para el bienestar de todos. Si eso no lo hacemos los cristianos que nos decimos seguidores del “Príncipe de la Paz” ¿Quién debería hacerlo? 

De alguna manera los cristianos somos la presencia de Jesús en esta tierra, en nuestras sociedades. Cada uno de nosotros cree que Jesús es la luz del mundo (Jn 8, 12). Ciertamente esta luz que es Jesús puede estar prendida e iluminar en la medida en que nosotros, que somos su Cuerpo, la tenemos encendida. Esto significa que a nosotros nos corresponde proponer y practicar el Evangelio de la paz, con la conciencia de que se trata de un compromiso exigente que requiere pasión, estudio, dedicación y disponibilidad al sufrimiento incluso hasta el martirio. Así como Él.

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Construir la paz en el mundo no es algo opcional para el cristiano, más bien es el único modo de anunciar a Jesucristo. Evangelizar implica necesariamente anunciar la justicia y la paz. Son los pies en los que se sostiene la salvación. San Pablo nos dice que el Reino de Dios es justicia, paz y alegría (Rm 14, 17) y no debemos olvidar que el Reino de Dios fue la razón y la pasión de vida de Jesús. 

Seguir a Jesús, en esta óptica, significa compartir su pasión por el Reino que se traduce en “tener hambre y sed de justicia” (Mt 5, 6) y ser “constructores de paz” (Mt 5, 9). Si no estamos dispuestos a asumir esta pasión y compromiso prioritario y fundamental para Jesús, no podemos considerarnos sus discípulos, sus apóstoles, mucho menos sus amigos. 

En este mundo hay muchos que se pierden, hay muchas estructuras de pecado, hay estructuras sociales y políticas que nacieron con la finalidad de matar como la guerra, los ejércitos, el terrorismo, el narcotráfico… el sistema económico echa a perder a mucha gente y destruye la naturaleza… por eso Dios manda a su Hijo para que “nadie se pierda”, para “sanar y liberar” de todo lo que produce muerte. 

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Dice San Pablo que al final de los tiempos todo tendrá a Cristo por cabeza (Ef 1, 10): los seres humanos, la naturaleza… no solo la esfera privada de las personas, sino también lo social, lo político, lo religioso…Evangelizar es en definitiva transformar la cultura, la política, la economía… toda la vida humana. 


La Transfiguración del Señor, en este sentido, podría representar la misión de todo cristiano: transfigurar al ser humano y al mundo en una realidad de justicia y de paz. No es bueno continuar apoyando los proyectos e iniciativas de “desfiguración” del ser humano y del mundo impulsado por los intereses económicos que no tienen ningún reparo para matar y desfigurar el rostro y el cuerpo de tantos seres humanos. 

Construir el Reino de Dios en la tierra implica comprometerse por la justicia y la paz, es decir, en la transfiguración del mundo y luchar activamente contra todos aquellos que quieren desfigurarlo. 
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San Pablo nos dice que Jesús vino a anunciar la Paz (Ef 2, 17, Jn 14 27). En otras palabras, la finalidad de la Encarnación de la Palabra en este mundo es el anuncio y la construcción de la paz. La Palabra de Dios es creadora (Gn 1,3). Paz, es la primera palabra creadora del Resucitado (Jn 20, 21), es la palabra fundante de la nueva comunidad, del nuevo pueblo de Dios. 

Si Jesús se encarnó específicamente para dejarnos su paz y para que los cristianos lo anunciaran a todas las naciones, entonces no está en cuestión el anuncio y la construcción de la paz, sino el problema está en comprender qué paz vino anunciar Jesús y cómo sus discípulos, apóstoles y amigos tenemos que acoger, anunciar y realizar esta paz que nuestro Maestro, Amigo y Hermano nos ha dejado.

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