"Aconsejar" es algo muy común en nuestra convivencia
Si nos conducimos ahora con ciertos valores y habilidades, es porque hemos escuchado y asimilado “consejos” que se nos han dado. La manera como reflexionamos el mundo, la moral que proponemos, la manera como interpretamos… son fruto de esto. Lo que hay que revisar es si esos “consejos” que hemos asimilado y desde donde existimos son los adecuados para desempeñar la labor de “consejeros” de otras personas.
En el Antiguo Testamento, los profetas eran “consejeros” de individuos y del pueblo, pero eran consejeros “especiales” y diferentes a otros sabios porque eran amigos íntimos de Dios y, por eso, sabían orientar el destino individual y colectivo según los criterios de Dios.
Experiencia y reflexión son los pies sobre los que camina el consejo, y en el caso de los profetas, la luz era la experiencia íntima con el Señor y la reflexión de la realidad a partir del corazón de Dios.
En el Nuevo Testamento, Jesús es la Sabiduría de Dios, por lo tanto, un consejero cristiano debe estar ligado profundamente con esta Sabiduría, porque se trata de “revelar” el misterio del ser humano de quien Jesús es la explicación divina.
Según nuestra fe cristiana, el consejo es una acción del Espíritu Santo que nos ayuda a discernir el bien del mal, la verdad de la mentira. Por lo mismo, está ligado a la ciencia, la sabiduría, el entendimiento… que son dones del Espíritu.
El consejo, en esta perspectiva, genera pensamientos y procesos que van más allá de la lógica humana porque es “sabiduría divina” (Is 55,8; 1Cor 1,23-24). De hecho, objetivamente, la experiencia de la Cruz y el mismo actuar de Jesús eran “locuras” para la normalidad de los hombres y mujeres de su tiempo, una prueba de esto es que hasta sus parientes pensaban que estaba “loco” (Mc 3,21).
Dios aconseja de un modo distinto a como aconsejan los hombres (Is 40,28). Solo algunos escogidos o elegidos pueden comprender (después) que las propuestas de Dios no son “absurdas” sino una sabiduría distinta (1Cor. 1,27; Rm 11,31-32; 1Cor 2,16). En este sentido debemos entender el “consejo” que, como cristianos, damos a las personas que se nos acercan para solicitar ayuda. Nuestra misión es ayudarles a captar y comprender la realidad desde la mirada de Dios.
Eso que llamamos “santidad” implica adquirir la capacidad de discernimiento y prudencia, porque esto nos evita caer en la necedad y la insensatez. Nuestros juicios serán buenos y objetivos en la medida en que el discernimiento esté presente, solo así podemos orientar nuestra vida y la de otros por el camino del bien y la verdad. Debemos escuchar los “consejos de Dios” para poder “aconsejar” bien.
El consejo de Dios “se pide”, de ahí la importancia de la oración personal, de los encuentros íntimos con el Señor donde solamente el silencio es el testigo de esta relación. Pero esto requiere una buena dosis de “humildad” en el sentido estricto de la palabra (humus) (Salmo 43,3) porque el trabajo de un consejero tiene que ver, muchas veces, con realidades que desconocemos y de las que no tenemos suficientes datos para comprender y orientar. Por eso recurrimos a Dios, creador del ser humano, y por lo mismo, profundo conocedor de su obra.
El cristiano busca el “consejo” en la Palabra de Dios (las Escrituras) (Salmo 118) y en el discernimiento de hombres y mujeres santos (Hech 9,1-6). No se puede aconsejar bien si nuestros ojos no miran desde Dios, si no tenemos la mirada sana (Mt 6,22-23). La sencillez de la paloma y la prudencia o astucia de la serpiente se logra solamente si tenemos una mirada limpia (Mt 10,16) que da la profunda conexión con el Espíritu de Dios.
La acción de “aconsejar” es una acción profundamente espiritual, por eso requiere de un discernimiento de “espíritus”. Al final de cuentas, el trabajo de un consejero tiene mucho que ver con la “dirección espiritual” (1Jn 4,1). Por eso debe ser un experto conocedor de los “espíritus” tanto del ser humano como de aquellos espíritus externos que llegan a poseerlo y provocar diversas “enfermedades” que tienen efectos de mal en él mismo y en su entorno.
El consejo va más allá de ser una consulta u opinión para llevar a cabo una acción, como lo definen los diccionarios. Para el cristiano, es una acción divina que pasa por nuestras palabras, juicios y orientaciones.
SINTETIZANDO:
El consejo es obra del Espíritu Santo.
Ayuda a intuir la voluntad de Dios en las circunstancias de la vida.
Evita la precipitación, la impulsividad… hacer las cosas sin pensar (sin consultar a Dios y al prójimo).
Busca información, recoge datos, analiza las circunstancias... y las juzga a la luz de la fe.
Exige la conciencia de no ser “infalibles” por el hecho de ser una especie de autoridad (humus).
Comments