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Foto del escritorJoel Cruz Reyes

Ayudar al pobre a ser persona

Que el pobre se convierta en fuente de bien para sí mismo y para los demás...


Hace algunos años, antes de iniciar el camino como misionero, pensaba que la misión consistía en hacer que la gente de otros pueblos alejados se acercara a la Iglesia, se bautizaran y acrecentaran el número de católicos en el mundo. También pensaba que la misión consistía en buscar recursos económicos que permitieran construir estructuras necesarias para el desarrollo y bienestar de los pobres. Ahora, leyendo mi experiencia a la luz del profeta Elías, puedo decir que la misión tiene varias implicaciones que van más allá del proselitismo religioso y de la solidaridad económica que podamos promover.



No es una novedad si te digo que los misioneros acompañamos a pueblos y grupos humanos hundidos en la pobreza y en la miseria según los estándares que promueve la cultura del mercado actual. Esto puede hacer que tengamos la tentación de comenzar por “dar de comer al pobre” a través de diversas iniciativas y proyectos, convirtiéndonos en buscadores incansables de recursos económicos para “salvarlo”.


Mirar al ser humano como "pobre" puede hacernos olvidar que, antes de ser personas de buena voluntad y de buen corazón, somos profetas de Dios. Y la primera cosa que Dios le pide hacer al profeta, en este caso a Elías (1Re 17, 8-16), es la vía contraria: “pedir de comer al pobre”. Esto es muy importante y realista porque el misionero cuando llega a una tierra que no es su país, a un pueblo que no es su pueblo, a una cultura que no es su cultura,… tiene que reconocer que no es un experto o conocedor de la realidad de la gente con la que se encuentra. Es decir, la primera cosa que pide Dios al profeta es reconocerse necesitado de la gente.



Esta actitud de realismo y humildad tiene una fuerza salvadora grandísima porque ayuda al pobre a darse cuenta que no es un indigente, sino que también tiene una grande posibilidad de “dar de comer” a otros que se encuentran en sus mismas condiciones. Con esta actitud, el misionero ayuda a los pobres a verse a sí mismos como una fuente de solidaridad capaz de generar vida para todos.


Otro paso que pide Dios al misionero es el de ayudar a los pobres a redescubrirse como personas vivas (1Re 17, 17-24). La experiencia de trabajo de varios años, me dice que la situación socioeconómica de la cual son víctimas, los vuelve seres inertes, insensibles a la problemática de otros necesitados porque la situación de carencia en la que viven apenas les deja tiempo para mirar sus propias necesidades.



Todos los mecanismos que el sistema actual está creando a través de todos los medios que tiene y utiliza, deja a los pobres en estado de alienación e inmovilidad social, sin voz, sin capacidad de escucha, paralizados en una situación de muerte, en una situación de resignación, desesperanza y desmotivación en todos los sentidos. Ayudar al pobre a recuperar la sensibilidad hacia el otro, a levantarse de ese estado de postración inhumana socioeconómica y cultural, es una dimensión fundamental de la misión de todo aquél que busque construir el Reino de Dios (justicia, paz, gozo) ahí donde se encuentra.


Otro paso necesario que Dios pide al misionero, es el de ayudar a todo el pueblo (1 Re 18, 16-46) a descubrir y aceptar al verdadero Dios. Al Dios atento al clamor del pueblo y que responde a los gritos de sus hijos, ese Dios que está pendiente de todo y de todos. Solo de esta manera se puede ir superando la injusticia que se apoya en la idea de un dios dormilón o perdido en otros “negocios”, que no le interesa lo que pasa en el pueblo; ese dios que se sostiene y se alimenta del sacrificio y derramamiento de sangre. Ese dios sádico e insensible al dolor humano.



El misionero de la Justicia, la Paz y el Gozo (Reino de Dios) tiene el deber de dar a conocer al Dios verdadero que no tolera el sufrimiento humano sino que busca que todos tengan la posibilidad de vivir con dignidad, con responsabilidad y con atención a todo lo que sucede a su alrededor.


Del conocimiento y aceptación de este Dios verdadero depende el bienestar de todos los seres humanos. No hay otro camino para salvar al mundo. Esta es la razón de la vocación misionera: liberar a los seres humanos de esas ideas falsas de Dios, de esos dioses falsos que solo fomentan el sacrificio humano, llenando de angustia, miedo e infelicidad las mentes y corazones de las personas, poniéndolas en un camino cuyo único horizonte es la muerte.



Así como el profeta Elías, muchos hombres y mujeres, pueblos y naciones enteras, piensan que Dios es violento (1 Re 19, 1-18). De hecho a lo largo de la historia y en la actualidad, muchas personas y naciones han impulsado la violencia en nombre de Dios matando a mucha gente y destruyendo pueblos enteros.



Dios no quiere ser visto como un ser que se basa en la fuerza destructora para transformar o cambiar las situaciones problemáticas del mundo. Precisamente por eso, comienza por cambiar las convicciones profundas del mismo profeta. De hecho, Elías pensaba encontrar a Dios en el rayo, en el viento huracanado, en el terremoto, en el fuego… pero no lo encontró ahí sino en la suavidad de la brisa.


El misionero del Príncipe de la Paz, está llamado a ser testimonio de la suavidad y ternura de Dios, pero al mismo tiempo a convencer a la gente, a los pueblos donde se encuentra, que Dios no es violento, sino suave y tierno con los seres humanos, y por lo tanto toda iniciativa violenta no es tolerada por Él, porque la violencia solo conduce a la muerte.

Nuestro Dios no puede comulgar con la muerte, porque Él es la Vida y sólo puede ser Dios de vivos, no de muertos. ¿Te atreverías a dar los mismos pasos de Elías? Ánimo, Dios solo espera a que digas sí.



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