El primer "territorio" donde se debe construir la paz
FRASE PARA ESCRIBIR EN UN LUGAR VISIBLE A TODOS:
“La paz sea con ustedes. Así como me envió el Padre, yo también los envío a ustedes.” (Jn 20, 21)
OBJETIVOS:
Comprender que el primer lugar donde se vive la violencia soy yo.
Reconocer que la paz comienza pacificando a la persona.
REVISIÓN DEL COMPROMISO:
Comparte qué actividad realizaste para favorecer la paz, dónde, con quiénes y en qué consistió. ¿Cómo te sentiste? ¿Según tú, qué se logró? ¿Cómo se sintieron las personas involucradas? ¿Qué aprendiste? ¿Cómo te sientes ahora?
ESCUCHEMOS UNA EXPERIENCIA:
Liliana ha tenido una discusión con Francisco su hijo porque ya no quiere reunir a los jóvenes del grupo en la parroquia. Él es el animador del grupo, pero desde que comenzó la pandemia, abrieron un grupo de WhatsApp porque se suspendieron todas las reuniones presenciales en la iglesia.
Francisco discute con su mamá porque él dice que aún hay que tener precauciones y que además, ya no es necesario ir a la parroquia para reunirse con los jóvenes, porque todos tienen internet y pueden conversar estando cada uno en sus casas, que así no se arriesgan, sobre todo ahora que ha aumentado la inseguridad.
Liliana le insiste constantemente en la necesidad e importancia de convivir con la gente, que debe salir más, encontrarse con sus amigos, ir a misa y encontrarse con la gente, pero Francisco reacciona con agresividad, diciendo a su mamá que ella no entiende nada de los nuevos tiempos, de las nuevas formas de convivir y de relacionarse, que es una anticuada que se quedó en el siglo pasado.
Las discusiones, a veces, se vuelven muy agresivas y terminan involucrando a su papá y su hermana haciendo que se vuelva incómodo y estresante el ambiente familiar. De hecho, con frecuencia, él y su hermana prefieren no salir de su cuarto para no pelear con sus papás.
CONTENIDO DEL TEMA
Todos queremos una sociedad donde reine la paz y donde la inseguridad no sea esa sensación que nos acompaña al salir de nuestros hogares. Cuando conversamos con personas conocidas, con amistades, con quienes trabajamos o nos encontramos ocasionalmente, seguramente se asoma el tema de la violencia como una preocupación común. Y comenzamos a decir que “se debe hacer algo”, incluso señalamos quiénes deberían tomar las riendas de esta situación que nos aqueja.
Ciertamente debemos hacer algo para que la paz gane terreno ahí donde vivimos y convivimos. Pero ¿Por dónde comenzar? Muchos dicen que debemos comenzar en nuestras familias, sobre todo ahora que la pandemia ensombreció nuestra convivencia y la hizo más solitaria, intolerante, agresiva…
El confinamiento, las dificultades económicas, el desempleo, el trabajo desde casa, la incertidumbre… elevaron el nivel de estrés y nos hicieron personas más violentas con nosotros mismos y con quienes convivimos en el mismo espacio que llamamos hogar.
Esa violencia doméstica se agudizó porque nos vimos obligados a estar juntos, nuestros hábitos se vieron forzados a modificarse, nuestras relaciones humanas más allá de la familia se vieron truncadas o limitadas, incluso nuestra relación con Dios se desconectó de los templos y de los ritos que nos ayudaban a bajar el nivel de estrés que la vida cotidiana nos traía. Comenzamos a tener miedo los unos de los otros, de estar juntos, de abrazarnos, de hablar cerca, la presencia física del otro nos daba miedo. El otro comenzó a ser visto como un riesgo para nuestra vida.
El distanciamiento se volvió un mecanismo de sobrevivencia y de seguridad. Aprendimos a mantener lejos al otro para conservar la vida.
Distanciarse unos de otros, se fue volviendo normal y nos refugiamos en los mecanismos virtuales de comunicación y nuestro afecto se fue haciendo cada vez más “electrónico”, “digital”… La violencia psicológica se fue normalizando y entró, con nosotros, a nuestras casas para quedarse por mucho tiempo y ensombrecer nuestro comportamiento cotidiano.
Si a este estado paranoico en el que nos dejó la pandemia sumamos el miedo y el estrés que genera la información y las experiencias violentas que escuchamos, que vemos en los medios de comunicación o que incluso hemos experimentado en carne propia, no hace falta mucha imaginación para comprender que, el lugar más afectado, es ese territorio que llamamos “YO”. Un lugar que humanamente ha quedado destruido, hecho pedazos internamente: su mente, su corazón, su espíritu…
Reconstruir la humanidad en ese pedazo de tierra que Dios formó con sus dedos y que lleva nuestro nombre (Gn 2, 7) es el primer trabajo que nos exige la misión de paz que tenemos hoy. Porque la violencia camina y destruye solo si la persona le presta su mente y su cuerpo para actuar.
Este panorama deshumanizante que aparece ante nuestra vista, que despedaza o fragmenta el interior de la persona, debe hacernos mirar los pedazos de humanidad de cada uno de nosotros, así como los mira Jesús: un cuerpo habitado por una “legión de espíritus malos” (realidades invisibles que lo mueven: convicciones, creencias, aprendizajes…) que lo hacen agresivo, violento (Mc 5, 9)… y, al mismo tiempo, mirar la misión que tenemos de pacificarlo y hacerlo fuente de paz y bien.
La misión es humanizar para pacificar, es decir, para que la persona deje de usar la violencia, es necesario que internamente no esté despedazada. Por eso, es necesario comenzar a unificar su interioridad, unir cada pieza interna como si fuera un rompecabezas, para que poco a poco, vaya unificando su pensamiento, su corazón, su espíritu… que ya no sean muchos pedazos, sino una UNIDAD interna.
Nuestro trabajo, entonces, debe enfocarse en todo aquello que ayude a la persona a tener “UN SOLO CORAZÓN Y UN SOLO ESPÍRITU” (Hech 4, 32), es decir, que pueda ser la primera “comunidad de paz” en la sociedad en la que se encuentra. Si logramos que cada persona se “reunifique”, se “reconstruya” internamente, sin duda, poco a poco, se irá tejiendo una red de “comunidades que, según sus posibilidades, irán pacificando a la sociedad”.
ENCUENTRO CON LA PALABRA DE DIOS
Nos ponemos de pie.
Leer el siguiente texto bíblico:
“Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá” (Lc 10, 1-9)
SILENCIO Y REFLEXIÓN
Reflexionemos en silencio para que la Palabra de Dios transforme nuestra vida.
CONFRONTAR NUESTRA REALIDAD PERSONAL CON LA PALABRA DE DIOS
Para compartir:
¿Qué te hace pensar el texto que escuchamos a partir de lo que hemos compartido?
¿Amas la paz? ¿Quieres la paz? ¿Deseas la paz?
¿Por qué crees que no hay paz en muchos hogares? ¿Hay paz en el tuyo? ¿Por qué?
¿Eres una persona de paz? ¿Por qué?
¿Sientes que interiormente estás bien? ¿Estás en paz contigo? ¿Por qué?
ORACIÓN COMUNITARIA
De manera espontánea expresar en voz alta la oración que Dios haga surgir de su corazón.
COMPROMISO
Busca una persona que te ayude a mirar cómo está tu espíritu, tu corazón, tu mente. Un acompañante o director espiritual, un sicólogo o una persona que tú consideres que puede ayudarte a reconstruir tu interioridad para pacificarte interiormente. Luego ayuda a otros a hacer lo mismo.
ORACIÓN Y DESPEDIDA:
Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.
Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno.
(Salmo 138)
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