11. Ser personas que reflejan a Dios
- Joel Cruz Reyes
- 14min
- 7 Min. de lectura
Ser presencia de Dios ahí donde nos encontramos...

FRASE PARA ESCRIBIR EN UN LUGAR VISIBLE A TODOS:
“El que me ve a mí, ve al Padre.” (Jn 14, 9)
FINALIDAD DE LA REUNIÓN:
Recordar que, si soy una persona bautizada, mi misión es ser la presencia de Dios ahí donde me encuentro.
Reconocer que los valores cristianos van más allá de los valores humanos y vivirlos nos hace una presencia de luz en un mundo oscurecido por el mal.
REVISIÓN DEL COMPROMISO ANTERIOR:
Comparte cómo te sentiste y qué descubriste con tus listas de razones que tienes para amargarte la vida y las razones para alegrarte y tener esperanza. Cómo te sentiste al presentárselas a Dios. Comparte también el propósito que te hiciste para vivir a partir de ahora y si ayudaste a otras personas a hacer lo mismo.

UNA EXPERIENCIA:

Hace poco Juan conocido como Yony por sus amigos, entró a trabajar a una barbería en el centro de la ciudad. Graciela, su mamá, le manifiesta su preocupación y desacuerdo porque dice que lo buscan muchos chicos que parecen malandrines. Se preocupa porque piensa que en cualquier momento le pueden hacer algo malo. Juan le dice que no se preocupe porque son personas buenas, solo que los ven mal por su manera de ser, de vestir y de hablar.
Su patrón, dueño de la barbería, está contento porque dice que desde que Juan llegó, aumentó la clientela, aunque al principio tenía temor porque muchos de los clientes tienen aspecto de malandros. Pero cuando se dio cuenta por qué llegaban y lo que significaba Juan para ellos, entonces recuperó la tranquilidad. Cuando se enteró cómo entre ellos se corrían la voz del lugar donde Yony trabajaba para ir a cortarse el pelo hasta donde él estaba, lo tomó como un medio de propaganda para su negocio. Para él, Juan era el gancho para la clientela y para quienes llegaban a cortarse el pelo Juan era como un ángel en su vida y su camino.
Cuando conversaba con quienes iban a ver a Juan, se dio cuenta que, en realidad iban a cortarse el pelo como pretexto para platicar con él. Decían que él escuchaba sus problemas mientras les cortaba el cabello, les hacía sentir que era ese hermano que muchos no tenían, que era alguien con quien no se sentían juzgados, y muchas veces, sus consejos o puntos de vista eran acertados, sobre todo para resolver sus problemas. Sentían que él era capaz de ver la bondad de sus personas que muchos no veían en sus familias. Por eso, para muchos de ellos, Juan era un ángel de Dios en la ciudad donde vives como si no existieras, porque a veces ni para tu familia existes o eres importante.

REFLEXIONEMOS JUNTOS:
En el tema anterior dijimos que en una sociedad donde las injusticias predominan hay más razones para llorar, estar tristes y sin esperanza. Por eso es necesario que haya personas que ayuden a los demás a buscar y encontrar razones para animarse, para reavivar la esperanza y la sonrisa vuelva a sus rostros. Que los primeros que deben ayudar a las personas a encontrar razones para alegrarse son quienes se dicen seguidores de Jesucristo, porque son quienes, por la naturaleza de su fe, se convierten en “evangelio”, es decir, en “buena noticia” para muchos, sobre todo para quienes viven y conviven con ellos y ellas.
¿Cómo alegrar a las personas que se ahogan en un mar de dificultades y adversidades? En el primer tema de este taller señalamos la importancia de valorarnos como Dios nos valora, es decir, reconocernos y darnos el valor de ser “imagen de Dios”, de asumirnos, así como Dios nos creó y, por lo mismo, no tener miedo a ser personas auténticas, originales, diferentes, no una copia de otros. Que los demás vean en nosotros personas que no tienen miedo de reflejar el Nombre de Dios en su existencia cotidiana: YO SOY EL QUE SOY (Ex 3, 14), porque ser conscientes de ser “imagen de Dios” y conocer su Nombre, hace que seamos quienes somos y no quienes otros quieren que seamos. Esta es una razón poderosa para alegrarnos de ser quienes somos.

Que los demás vean que somos personas que valoran y cuidan la vida en todas sus formas comenzando por la nuestra. Que vean cómo cuidamos nuestra vida vigilando nuestra salud física, mental, espiritual y afectiva. Que se puede hacer el bien estando bien nosotros mismos, es otra razón para alegrarse, porque muchos aprendieron el sacrificio y el sufrimiento por los demás como camino de bien, es decir, el mal trato a uno mismo para el bien de otros y esto, con frecuencia, amarga la vida de quien se maltrata para hacer el bien a otros.
Que vean cómo el motor de nuestra existencia es el amor, que somos personas que se dejan amar y que aman. Que no nos afectan las negatividades de los demás para buscar su bien, porque nos basta con sentirnos personas amadas por Dios, el amor que no se agota y supera los pequeños amores y afectos humanos. Ayudar a los demás a vivir desde el amor y no desde sus heridas, hará que puedan descubrir la belleza y la fuerza del amor como motor de una convivencia que conecta la razón con el amor, con la misericordia, con la compasión…

Que sientan que, cuando se encuentran con nosotros, conviven con familiares, con parientes, con hermanos que los aman, que los comprenden, que les afecta lo que les sucede y que les ayudan a buscar su bien, porque el bien de ellos es también nuestro bien. Que sientan que buscamos la paz para todos, entendiendo la paz desde las implicaciones del “shalom” hebreo y el “eirene” griego que nos plantea la paz con cuatro dimensiones: sentirse bien, estar bien, hacer el bien y ser bien. Que sientan que somos personas fraternas y pacíficas en este sentido.
Que nuestra existencia, nuestra convivencia refleje la justicia de Dios y no la de la sociedad, esa justicia que se pone los zapatos de la misericordia, de la compasión y se mueve desde el espíritu de la fraternidad que nace de la conciencia de ser hijos e hijas de un mismo Padre que es Dios. Esto hará que la esperanza en la humanidad vuelva y se fortalezca en una sociedad donde el miedo y la desconfianza son el motor de la convivencia. Si las personas con las que vivimos y convivimos logran ver todo esto que hemos señalado, sin duda encontrarán muchas razones para alegrarse y contagiar su alegría a todas las personas con las que se encuentran. Es decir, serán personas “evangelizadoras” porque llenaran de “evangelio” a todas las personas y todos lo lugares donde conviven.

El recorrido que hemos hecho en el taller ha sido un camino de reflexión de lo esencial de nuestra fe en Jesucristo y en Dios como Padre de todos los seres humanos. Eso que debemos comprender y vivir cotidianamente ahí donde nos encontramos. Por eso nos enfocamos en nuestra identidad profunda (ser imagen de Dios), en la vida como tesoro que Dios no dio para cuidarlo porque está en una vasija de barro que fácilmente puede romperse, en el amor como motor del sentido de nuestra existencia, la importancia de conectar la razón con nuestras acciones como distintivo de nuestra humanidad, la fraternidad como camino de bien común y de salvación, la misericordia y la compasión como pilares de la justicia de los hijos de Dios.
Todo esto hará posible que la solidaridad, la comunión, la participación, la subsidiariedad… sean simplemente consecuencia de aquello que creemos profundamente y por eso las vivimos y es lo que los demás verán y sentirán cuando se encuentran con nosotros. Por eso, quien vive así, puede decir como Jesús: “quien me ve a mí, ve al Padre”.

LEAMOS EL SIGUIENTE TEXTO BÍBLICO:
Nos ponemos de pie.
"Jesús contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Pero ya lo conocen y lo han visto.» Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta.» Jesús le respondió: «Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Cuando les enseño, esto no viene de mí, sino que el Padre, que permanece en mí, hace sus propias obras. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanme en esto, o si no, créanlo por las obras mismas. En verdad les digo: El que crea en mí, hará las mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores.”. (Jn 14, 6-12)
MOMENTO DE SILENCIO:
Reflexionemos en silencio para que la Palabra de Dios transforme nuestra vida.

PARA COMPARTIR:
¿Qué te hace pensar el texto que escuchamos a partir de lo que hemos compartido?
¿A quién ven en ti los que conviven contigo?
¿Puedes decir que por tu manera de ser y de convivir, los demás ven a Dios en ti? ¿Por qué?
¿Qué faltaría en tu manera de ser y actuar para que los demás puedan decir que eres hijo o hija de Dios?
¿Después de ver todos los valores cristianos en los temas que hemos compartido, cómo te sientes? ¿Te ayudaron a cambiar tu manera de pensar, de ser y de actuar?
ORACIÓN COMUNITARIA
De manera espontánea expresar en voz alta la oración que Dios haga surgir de tu corazón.

COMPROMISO
Revisa todos los temas vistos en el taller. Haz la lista de los valores cristianos que reflexionamos juntos. Luego señala los que ya vives cotidianamente y aquellos que te faltan vivirlos. Anota las razones por las que vives algunos y por las que no vives otros. Finalmente, hazte el propósito de comenzar a vivir los que te faltan, si no puedes hacerlo tú solo o sola, busca a otras personas que te ayuden a comprenderlos mejor y a ponerlos en práctica con las personas con quienes convives cotidianamente.
RECEMOS JUNTOS:
Salmo 138
Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.
¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!
Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.
Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno.
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