Sembrar semillas de procesos que nacerán, crecerán y darán frutos...
Muchos seguidores de Jesucristo no entendían por qué Él se desplazaba de un lugar a otro. No comprendían por qué recorría toda Galilea. No lograban ver la finalidad de tanto movimiento sin resultados satisfactorios. En unos lugares era acogido, en otros abiertamente rechazado y en muchos otros ignorado. Pero ahí estaba ese caminante incansable recorriendo los caminos de los pueblos. Con sus pisadas iba dejando huellas que otros siguieron después.
El cristiano que trabaja por la paz en una sociedad donde la violencia en todas sus manifestaciones se vuelve cada vez más "normal", debe seguir las "huellas" de este caminante incansable a quien reconoce como su Maestro y Señor. Este caminante que no pretendía el cambio inmediato de las personas y sus contextos sino sembrar y cultivar semillas de conciencia que nacerían y crecerían como caminos y procesos de cambio personal y social.
El caminar del sembrador de semillas de paz, no es como el caminar del turista que va tomando fotografías para mostrarlas luego a sus amigos, presumiendo los lugares y las cosas que ha hecho en sus viajes. El caminar del hombre y la mujer que deciden seguir los pasos de Jesús, es un caminar para sembrar. Y nosotros sabemos que lo que se siembra es cubierto por la tierra, desaparece de nuestra vista, queda como si no hubiera existido. Sólo después de un tiempo comienzan a surgir, de ésa tierra que no dejaba ver lo sembrado, unos pequeños brotes que se irán convirtiendo en plantas y árboles poco a poco para luego dar frutos y nuevas semillas.
Mi experiencia misionera me dice que la persona y su sociedad cambia si se siembra primero la Palabra de Dios en esos pequeños "territorios" con nombres y apellidos concretos (personas). Pero sembrar la Palabra quiere decir sembrar esfuerzos, recursos económicos, acompañamiento personal, ideas y visiones nuevas, enseñanzas e instrucciones pacientes, disponibilidad sin tiempos definidos, dedicación fraterna, confianza y fe en las personas que acompañas, oración...
Cierto, frecuentemente podemos tener la impresión que nuestros esfuerzos quedan en la nada, que los recursos, los tiempos, la dedicación y la disponibilidad nuestra se desperdician en gente que no va a cambiar, que el acompañamiento que hacemos no da ningún fruto… Sólo después de un tiempo notamos que algo comienza a nacer y crecer, pero a veces a nosotros no nos toca ver los frutos, solo quienes vienen después ven nacer y crecer la semilla sembrada.
Puedo decirte, que en los años que llevo cultivando conciencias desde la mirada de Dios, muchas personas han cambiado con los diálogos y las conversaciones que he tenido con ellas de manera individual y grupal. De ese hablar con la gente han surgido personas que se dedican ahora a acompañar a sus pueblos con el espíritu del Evangelio.
De esas conversaciones han surgido organizaciones, comunidades apostólicas, movimientos de promoción humana, proyectos comunitarios... Esto fue posible porque la Palabra de Dios fue sembrada en los corazones de esos hombres y mujeres, dialogando y conversando con ellos en diversas formas y lugares.
El Señor me permitió ver nacer lo sembrado y esto, además de inundar mi corazón de alegría y gozo, me deja una convicción profunda: La Palabra de Dios se siembra con nuestra palabra. Nuestra palabra tiene poder y fuerza creadora, sólo si habla y comunica la Palabra de Dios, de lo contrario, nuestro hablar es estéril y sin sentido. El misionero de paz es aquél que con su palabra, con su testimonio de vida y también con su profesionalidad y experiencia, va conduciendo poco a poco a que la gente vaya conociendo la Palabra, aceptándola, asimilándola, amándola… para que finalmente se haga “carne” en caminos y procesos de dignificación humana.
En ese caminar de sembradores de paz nos encontramos con gente desanimada, como esos discípulos que Jesús se encontró caminando hacia Emaús. Gente que ya no le ve sentido al compromiso con su pueblo. Gente que solo conversa de sus frustraciones y desencantos (Lc 24, 13-35). Otras veces nos encontramos muchas personas que como el etíope en su camino de regreso a su pueblo, no comprende lo que Dios quiere decirle, pero desea que alguien le explique, le ayude a captar y entender la voluntad de Dios (Hech 8, 26-40). En otras ocasiones, nos encontramos gente que como los discípulos, piden explicaciones y aclaraciones (Mt 13, 36). O también nos encontramos a mucha gente postrada por enfermedades e incapacitada de diferentes maneras, que pide ser tocada y curada…
Al final de cuentas, la misión de paz es un camino que recorren hombres y mujeres que deciden ser como Jesús y en ese caminar van escuchando a la gente, entran en sus conversaciones, en sus búsquedas, en sus dudas, en su malestar… y desde esas situaciones van sembrando la Palabra, caminando con ella en sus caminos, hasta que recupera la esperanza y el ánimo, hasta que su corazón vuelve arder de pasión, reencuentra la alegría y la felicidad y quieren compartirla.
El misionero de paz es un sembrador de la Palabra (Mt 13, 4-23), no tiene otra semilla para dar al mundo. Una semilla que se debe esparcir por todos los lugares donde vamos pasando y en todas las personas que vamos encontrando. Sembrar sin miedo a que la semilla no nazca, no crezca o no dé frutos. Eso no nos toca a nosotros, eso corresponde a Dios. A nosotros no nos interesa que la semilla caiga en el camino donde puede ser pisoteada por los caminantes, en terrenos con poca tierra o en tierra fértil. Lo importante es esparcir la semilla con ánimo y esperaza o, aún más, con la certeza de que va a nacer, crecer y dar fruto, aunque no nos toque a nosotros ver los resultados.
Los misioneros de paz estamos convencidos que Dios sabe lo que hace y por eso sembramos aún contra toda lógica humana. Aunque nos llamen locos, aunque nos digan que nuestros esfuerzos son inútiles, aunque nos digan que no va a cambiar nada,… Nosotros sabemos que la semilla que sembramos va a transformar a las personas y, con ellas, a la sociedad donde viven y conviven. Esa es nuestra esperanza.
Sabemos que sembrando la Palabra en el corazón humano podemos salvar al mundo, porque el corazón es el motor de la conciencia y de las intenciones de las personas. ¿Quieres sembrar con nosotros? Te aseguro que no te arrepentirás.
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