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La misión de "curar heridas"...

Centro Cultural de Paz - Sahuayo


Si lees el capítulo 34 del profeta Ezequiel, te encontrarás con Dios enojado y decepcionado de aquellos a quienes encargó el cuidado de su pueblo. Y es que esas personas en las que Él había depositado su confianza para acompañar a su pueblo en ámbito civil y religioso, no solo dejaban a la gente a su suerte, sino que la utilizaban para su propio beneficio.


Dios los reprende porque no fortalecían a las personas débiles, no cuidaban ni buscaban sanar a las enfermas, no curaban sus heridas, no se preocupaban por la dispersión de la gente. Les echa en cara la crueldad y la violencia con la que trataban a su pueblo. De hecho, Dios, en ese texto, culpa a los servidores públicos (pastores) en ámbito civil y religioso, de la dispersión, la violencia y la crueldad en la que el pueblo se encontraba.



El descuido era tanto que les retiró su confianza porque, más que pastores de su pueblo, parecían "lobos" que devoraban a la gente para saciar su propio apetito. Por eso, les dijo que les arrebataría a su pueblo para hacerse cargo Él mismo del cuidado de sus heridas, de la sanación de sus enfermedades, de fortalecerlo, rescatarlo, reunirlo nuevamente y eliminar la dispersión en la que se encotraba. Él mismo prometió buscar a quienes se perdieron, a quienes se extraviaron.


Dios, enojado, también reprende al pueblo, porque entre ellos se aprovechaban unos de los otros, entre ellos mismos se hacían daño, se violentaban, sobre todo abusaban de los más débiles. Por eso, les hizo ver la lurgencia y la necesidad de justicia, paz y seguridad para todo el pueblo y, así, pudieran ser fuente de bendición todos y cada uno para que nadie pase necesidad ni sea violentado.



Pero ¿cómo Dios se hace cargo del cuidado de su pueblo? ¿Cómo cura sus heridas y enfermedades? ¿Cómo fortalece a sus hijos e hijas, sobre todo a las más débiles? ¿Cómo elimina la dispersión? ¿Cómo vuelve a reunir en familia a los seres humanos? Para lograr esto, llama a hijas e hijos suyos que son capaces de percibir su enojo y su preocupación, les comparte su voluntad y su anhelo de pacificar a su pueblo y, éstos, responden con generosidad y entrega a esa causa de Dios.


Verónica Granados, fundadora del Centro Cultural de Paz de Sahuayo

Dios toca la puerta de los corazones sensibles al dolor humano para encargarles la misión de CURAR LAS HERIDAS DE SU PUEBLO. Porque sabe que un ser humano herido desconecta la razón de sus acciones, las heridas debilitan su espíritu y, como animal herido, ve la presencia del otro como un peligro, una amenaza, como una realidad que le va a causar más daño, más dolor... y por eso, sus heridas y su dolor, se vuelven fuente de violencia hacia todo aquel que se le acerque. Dios sabe que un ser humano herido puede lastimar mucho a quienes viven y conviven con él.


Esta es la razón profunda por la que Verónica y la Comunidad de Paz de Sahuayo, Michoacán, han abierto el Centro Cultural de Paz como lugar de atención, cura y sanación de heridas de muchas personas. Han escuchado esa voz de Dios que está preocupado por sus hijos e hijas heridos por diversas situaciones humanas, familiares, religiosas, sociales... y sienten que su misión es CURAR Y VENDAR LAS HERIDAS DE LA GENTE para que la violencia vaya perdiendo fuerza en la persona misma, en su familia, en su sociedad.


Algunos miembros de la comunidad animadora del Centro Cultural de Paz de Sahuayo

Poco a poco, las personas que acuden a este centro para cultivarse en la paz personal, familiar y social, aún con sus heridas, se van transformando en fuente de bendición y de consolación para quienes los rodean. En este camino de sanación ellas mismas van curando las heridas de otras personas y, así, van experimentando la belleza de ser buenos, de hacer el bien, de colaborar en la salvación de otros para que la paz vaya ganando terreno en las personas, sus familias, sus ambientes de trabajo, en la sociedad.


Equipo de niños colaboradores del Centro Cultural de Paz conviviendo con personas de un asilo.

En la medida en que van curando sus heridas en el Centro Cultural de Paz, su espíritu se revitaliza y en sus corazones se despierta la solidaridad fraterna, de tal manera que se convierten en misioneros y misioneras de paz, como es el caso de niños cuyas familias han sido víctimas de la violencia y se vuelven fuente de alegría y consolación de otras personas que sufren también; o las madres cuyos hijos están desaparecidos y no solo encuentran consolación y acompañamiento fraterno, sino que se acompañan y se sostienen mutuamente para mostrar que, aún con esas heridas, vendadas en el Centro Cultural de Paz, pueden también consolar y vendar heridas de otras personas que viven la misma situación.



Así, el Centro Cultural de Paz - Sahuayo se va convirtiendo en un lugar donde las personas que acuden no solamente curan sus heridas por las pérdidas y las violencias vividas, sino también, poco a poco, se van convirtiendo en sembradoras y promotoras de la paz ahí donde viven y conviven. El Centro se va convirtiendo, cada vez más, en un punto de convergencia donde se encuentran todas aquellas personas que, en su interior, escuchan la voz de Dios que los llama a colaborar con Él en la sanación de sus hijos e hijas heridos para que no le abran la puerta a la violencia y la muerte.



El compromiso y la entrega generosa de quienes forman parte de la Comunidad Animadora del Centro Cultural de Paz, es la respuesta de Dios a los gritos de dolor de sus hijos e hijas heridos que claman acompañamiento y consuelo. Por eso, ellas y ellos asumen este espacio con todas sus iniciativas, proyectos y actividades, como UNA MISIÓN RECIBIDA DE PARTE DE DIOS y, para cumplirla van tejiendo redes de comunión y participación donde toda persona que quiera hacer el bien y sembrar la paz en los corazones y mentes de quienes están heridos para que la sociedad sea más fraterna, puedan colaborar, incluso, con sus propias heridas personales. Lo importante es ganarle a la violencia y a la muerte.





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