Solo Dios es nuestro Papá y nuestro Rey en la sociedad
La acción social, en concreto, es la acción del ser humano. Eso que llamamos sociedad es aquello que este ser humano va dando forma en la familia, la escuela, la religión, la política… La Pastoral Social, en este sentido, es el acompañamiento de esta acción desde nuestra fe que nace un Dios que es Padre y Rey.
El término hebreo ´amm, evoca un conjunto de personas unidas entre ellas por vínculos de sangre. De aquí surge el “amén” que constantemente repetimos en nuestra vida diaria cuando nos santiguamos al levantarnos, al salir de casa, al recibir la bendición, en las celebraciones litúrgicas, en los sacramentales… en fin, es una palabra que acompaña, inconscientemente, nuestra vida como cristianos.
Desde el significado de este término, los bautizados somos la Familia del Señor en el mundo; personas que desarrollan vínculos y estructuras sociales con la conciencia de “consanguineidad religiosa” porque creemos que somos hijos de un mismo Padre y, por lo tanto, la misma “sangre divina” corre por nuestras venas.
Comprendernos, como Iglesia, en un horizonte familiar, nos empuja a crear una sociedad cimentada en la fraternidad en todos los ámbitos de la vida humana. Tal vez nos hace falta hacer silencio y escuchar sagradamente, aquello que Moisés dijo a los israelitas:
“¡Haz silencio y escucha, Israel! Hoy te has convertido en el Pueblo del Señor tu Dios. Escucharás la voz del Señor tu Dios y pondrás en práctica sus mandatos y sus leyes que hoy te doy” (Dt 27, 9-10).
Meditar, reflexionar, comprender y aceptar que “soy Pueblo del Señor”, “Familia de Dios”, modifica mi acción social como ser humano; me hace un ser humano diferente en pensamiento y en obras en la sociedad en la que me encuentro.
Decir “amén”, entonces, se vuelve una conciencia y sentimiento de pertenencia, se vuelve una identidad que los demás reconocen y nos identifican como “parientes de Dios”, “hijos de Dios”. Nuestras palabras y obras se vuelven el sello visible de esta identidad inmersa en la sociedad.
Comprender el “amén” y sus implicaciones nos hace “resurgir”, “resucitar” socialmente con identidad propia y una acción social basada en la justicia y el amor, porque nuestro Padre es Justo y es Amor y, su familia, no puede ser de otra manera, porque hace lo que ve hacer a su Padre. En esto reconocen que somos “imagen y semejanza de Dios”.
La acción social que los bautizados estamos llamados a realizar, está encaminada a construir en el mundo aquello que llamamos “Reino de Dios”. En este sentido, si recurrimos a las Escrituras y, para comprenderlo mejor, evocamos la figura del rey en el Antiguo Oriente cuando los sumerios desarrollaron la revolución urbana estructurando una sociedad con un “centro” y una “periferia”, en la que idealmente debería existir una corresponsabilidad complementaria, donde el centro asegura servicios y estructuras para el bien de todos los ciudadanos y la periferia asegura el trabajo esencial para la nutrición y la elaboración de todo lo necesario para vivir; nos daremos cuenta que ese ideal no coincidía con la realidad.
El centro gozaba de notables ventajas de su posición y su función, mientras la periferia se hacía cada vez más débil; poco a poco, los que tenían tierras fueron cada vez menos viéndose obligados a ofrecerse como esclavos de quienes se convertían en propietarios de grandes extensiones, sobre todo por el endeudamiento progresivo en el que caían por sus necesidades cotidianas y luego no podían pagar.
Esta nueva situación social amenazaba con “explotar”, por lo mismo, la autoridad central, el rey, con sus edictos de remisión condonaba las deudas contraídas para frenar la posibilidad de revueltas sociales. Práctica que posteriormente el pueblo de Israel asume con la práctica del Jubileo, con la diferencia que no era dejada al arbitrio de quien gobierna, sino era ley de Dios (Lev 25) que las autoridades debían obedecer.
En este contexto social se desarrolla la ideología sobre la figura del “Rey”, presentado como aquél que Dios elige para realizar el bien en su Reino. La misión de este rey, puesto por Dios, consistía en asegurar la paz, la seguridad y la justicia para todos, así como defender a los más débiles, que en esas culturas, estaban representados por el “huérfano y la viuda”, figuras constantemente recordadas en las Escrituras.
Justicia, Paz y defensa de los débiles eran los elementos fundamentales de este Reino de Dios, para eso Dios elegía a un rey: para garantizar que la convivencia humana se dé en estos términos.
Desde esta conciencia: del “amén” y de la misión de construir el “Reino de Dios”, se derivan los valores que nos distinguen como cristianos en la sociedad: la fraternidad, la justicia, la paz y la defensa de los débiles.
Reconocer a Dios como “Rey” significa hacer lo que Él ordena y que nos empeñamos en la construcción de su Reino en la sociedad donde nos encontramos. Esto en concreto implica empeñarnos en la promoción de la justicia, participación en los procesos de paz y de generación de una cultura de la noviolencia, en la defensa y promoción de la dignidad humana de los más desfavorecidos en la sociedad.
Para concluir esto que venimos diciendo, eso que llamamos “pastoral” no tiene otra finalidad que la construcción del Reino de Dios. Con esta acción en la sociedad donde nos encontramos, decimos y mostramos con palabras y hechos, que Dios es nuestro Padre y nuestro Rey.
Y como San Pablo, a aquellos que piensan que nuestra misión es solo de tipo “espiritual”, les decimos con nuestra acción social, que “el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo…” (Rm 14,17); con ello, obedecemos las indicaciones de Jesús, nuestro Maestro: “busquen primero el Reino de Dios y su Justicia” (Mt 6, 33). Esto es lo primero que debe garantizar toda acción pastoral en la Iglesia y en la sociedad.
¿Así vives el seguimiento de Cristo ahí donde vivies y convives? ¿Así dices "AMÉN" en tu existencia cotidiana?
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