Mirarnos desde la Biblia
- Joel Cruz Reyes
- 7 abr
- 3 Min. de lectura
¿"Bisnietos" de Noé?

Hay un término que aparece en la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento, que hace referencia a ÁFRICA, sobre todo a esas tierras que se encuentran al sur de Egipto, que también es es territorio africano. Este término suena más o menos así: CUS, otros lo escriben de esta manera: KUS o KUSH. Era un territorio conocido por su riqueza, especialmente por el oro que los egipcios llamaban NUB, por eso, CUS, también era conocido como NUBIA. Pero también era conocido como el territorio de la GENTE NEGRA o de la GENTE DEL ROSTRO QUEMADO, por eso, los griegos y romanos le llamaban SUDÁN o ETIOPÍA.

Según la tradición bíblica, CUS es hijo de CAM, es decir, es nieto de Noé. En este sentido, los negros serían "bisnietos" de quien Dios eligió para salvar la vida en la tierra en todas sus manifestaciones (Gn 6, 9 - 11, 32). Si como AFRODESCENDIENTES, es decir, como descendientes de ANTEPASADOS AFRICANOS en México, nos miramos desde esta perspectiva, entonces la misión que Dios dio al abuelo de CUS (Noé): construir un arca para salvar todas las formas de vida en la tierra, entonces, podríamos asumir que también es un encargo de Dios que este ANCESTRO nuestro heredó de su abuelo y nos lo hereda también a nosotros para realizarlo ahí donde vivimos y convivimos.

Construir espacios y estructuras ("arcas") donde todas las formas de vida se puedan salvar, misión heredada por nuestros ancestros bíblicos a nosotros como afrodescendientes mexicanos, requiere recuperar la belleza, el poder, el vigor y valentía ancestral propia de los hijos de CUS.
En la biblia se describe a nuestros antepasados bíblicos como: ”gente de alta estatura y de piel lustrosa, pueblo temible desde siempre, nación vigorosa y dominadora” (Is 18,2). Herodoto, un historiador y geógrafo griego, afirmaba que los etíopes eran los seres humanos más altos y bellos de la tierra. Tal vez, muchos de nosotros no nos vemos así: grandes, bellos, fuertes, vigorosos, dominadores... porque se ha sembrado en nuestra mente y nuestro corazón la creencia de que somos pequeños, débiles, feos y de una raza que nació para ser dominada y sometida, para ocupar siempre el último lugar... eso sembró la esclavitud en la historia de nuestros antepasados en América y en México y, quizá, muchos todavía ensombrecemos nuestra existencia y convivencia desde esa creencia discriminatoria.

Reconocernos como seres humanos bellos que tienen la misión de construir "arcas" para salvar la vida del diluvio de muerte que está ahogando a la tierra y a todo lo que habita en ella. Es lo que debe ayudarnos a recuperar esa presencia admirada por muchos pueblos que tenían de nuestros ancestros.
Dedicarnos, personalmente y en comunidad, a construir espacios y estructuras para salvar y custodiar la vida, es lo que nos devolverá el lugar de admiración y reconocimiento de poder y dignidad que nuestros ancestros bíblicos tenían. Esto es lo que nos hará ir más allá del lugar de la víctima y de la disminución humana en la que nos ha colocado nuestra historia marcada por la esclavitud y que nos hizo olvidar o nos escondió esta historia sagrada y de salvación de la que somos hijos.

Tenemos que preguntarnos ¿qué nos impide participar en el banquete mesiánico (salvador) del que habla el profeta Isaías cuando dice que “... el pueblo de alta estatura y de piel lustrosa llevará ofrendas a Yahvé en el monte Sión” (18,7). El salmo 68 también lo dice de otra manera cuando afirma que “los Etíopes tenderán sus manos hacia Dios”, porque también son sus hijos (Sal 87). Pero la realidad que vivimos, tal vez, esté diciendo que los afrodescendientes en México no participan en espacios de búsqueda del bien común, de transformación social en el horizonte de la justicia, la paz, la dignidad humana... que pueden salvarnos a todos.

¿Qué es lo que no nos deja "tender nuestras manos hacia Dios" y colaborar con él en la salvación del mundo? ¿Por qué no nos atrevemos a tomar iniciativas salvadoras ahí en nuestro pequeño pedazo de mundo donde vivimos y convivimos diariamente? ¿Qué es lo que no nos deja recuperar la belleza de un ser humano poderoso, fuerte, con muchas riquezas humanas y espirituales para ofrecerlo a los demás pueblos?
No debemos olvidar que DIOS NOS SIGUE ESPERANDO y saltará de gozo y lanzará gritos de alegría, como dice el profeta Sofonías (Sof 3, 17-18), cuando vea que nos ponemos "manos a la obra" para transformar la realidad injusta y discriminatoria en la que nos encontramos.

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