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Foto del escritorJoel Cruz Reyes

Cuando los hijos de Dios lloran...

Afligirse por los males del ser humano



Cuando alguien llora, inmediatamente atrae la atención de quienes se encuentran en ese lugar y de quienes van pasando por ahí, incluso, hace que muchos se acerquen a mirar quién llora... provoca interrogantes, búsqueda de razones (¿por qué llora? ¿Qué le pasa? ¿Quién le hizo mal?) y, algunos de los que se acercan intentan consolar al afligido, es decir, provoca conciencia y urgencia de encontrar respuestas para calmar el llanto de quien llora.


Esta situación o experiencia de llorar o ver llorar a alguien y los efectos y reacciones que esto provoca en los demás, es la que puede hacernos entender aquello que Jesús nos dice en el Sermón de la Montaña:

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consuelo” (Mt 5, 4).

Presencia de Dios que llora por la suerte del mundo


La bienaventuranza ligada al “llorar” del discípulo de Jesús, evoca el verbo “pentheo” que, en griego, indica una intensa aflicción que no pudiendo ser soportada en silencio se manifiesta exteriormente. Se refiere a aquellos que sufren, que tienen el corazón destrozado y gimen por la opresión y la injusticia sufridas. Éstos son los “afligidos” de quienes Jesús habla o a quienes se refiere (Lc 4, 21) en las bienaventuranzas.


Son aquellos que están de luto por la ausencia de Dios en toda realidad de injusticia. Aquellos que han tomado consciencia del estado de pobreza, de necesidad y toman iniciativas de consolación y liberación. Son personas conscientes de la aflicción de muchos y, como Jesús, toman sobre sí la aflicción de la gente y desde en la cruz lanzan el grito al Padre (Mc 15, 34), haciendo suyo el grito de cada ser humano golpeado por el dolor (Heb 2, 18).


Así se vuelven presencia de Dios que llora por la suerte del mundo (Lc 19, 41-42) y están dispuestos a seguir gritanto como Él, aún en la cruz de cada día que implica hacer causa común con las víctimas.


Llorar para que comience la consolación


“Llorar” implica la consciencia o conocimiento de la situación problemática, pero también el inicio de la consolación, es decir el inicio de procesos enfocados al cambio de la realidad. Por lo tanto, los cristianos que lloran socialmente no son los pesimistas, los insatisfechos o quienes se afligen por cualquier motivo. Más bien son afligidos por causa del mundo, por la culpa del mundo, por el destino del mundo... sufren la maldad de sus sociedades, por eso “lloran y se afligen”. Por eso asumen la actitud de “extraños”, “extranjeros”, porque no quieren sumarse y mucho menos ser como aquellos que generan y sostienen el mal en la sociedad.


Estos afligidos son huéspedes incómodos, que hacen perder la tranquilidad a muchos, porque no se callan, sus gritos se escuchan por todas partes: las calles, las casas, los templos, las instituciones... por eso son excluidos. Son afligidos que no logran y no soportan llevar en silencio la pena que sienten por lo que sucede en la realidad donde se encuentran, por eso expresan fuertemente su dolor y por eso se ponen en grado de recibir consolación, porque quienes viven del mal, para callarlos, comienzan a buscar formas menos injustas para calmar ese llanto social.


“La consolación”, al final de cuentas, es esa búsqueda de soluciones y respuestas a las problemáticas que se hacen evidentes por los “llorones sociales”. Esta es la consolación prometida por Jesús a quienes se afligen y lloran por el mundo.


La consolación implica la cruz


Ser consolados, recibir consolación, ser consoladores, en la perspectiva que venimos reflexionando, necesariamente pasa por el conflicto, requiere esfuerzo, trabajo, investigación, denuncia, hacer visible aquello que muchos no ven o no quieren ver. Es lo que los cristianos llamamos “cruz”, es decir,

el que llora como Dios en el mundo, o aún más, quien se convierte en llanto de Dios en la sociedad, no está exhonerado del sufrimiento.

Ciertamente debe tomar conciencia que es frágil como todos los demás, por eso tiene necesidad de aferrarse a una Voluntad Mayor, a un Poder Mayor para no sentirse solo, abandonado, para no abandonar la causa... Para ser consolado por el Padre misericordioso, por el Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación para que podamos también consolar.


Aflicción y alegría, sufrimiento y consolación están presentes en el cristiano que se hace cargo del sufrimiento y del llanto de los hermanos, porque el sufrimiento ha tocado también su corazón. Por eso recibe consolación, aún más, el discípulo en la cruz de cada día descubre y acepta que el sufrimiento hace madurar los tiempos de la salvación. Cree profundamente que aquellos que lloran, que se afligen por los males propios y de los demás, que sufren por la corrupción y los males de la sociedad, todos serán consolados. Dios será su fortaleza y su consuelo.



Hay que saber llorar para cambiar la realidad


El llorar”, como hemos dicho, significa ya haber tomado consciencia de la situación y el inicio de la búsqueda de soluciones, de alternativas. Por eso es también el inicio de la consolación que necesita ciencia, discernimiento, prudencia, evaluación y valoración no solamente lo justo de la acción sino también la modalidad, el tiempo, el lugar, la operatividad...


En este sentido, el cristiano que socialmente llora, lo hace de manera inteligente, astuta y concreta. Se empeña en la consolación investigando las causas, midiendo el peligro, las consecuencias... sabe que, si bien la causa es justa, los medios, los modos pueden no ser justos, pueden ser errados. Es verdad que en la medida en que aumenta el saber, el conocimiento, la consciencia... aumenta también el dolor, pero en la aflicción es necesario ser prudente.



En otras palabras, para comprender y vivir la bienaventuranza de la aflicción, es necesario el discernimiento que no se contenta con lograr que el fin sea recto, sino también los medios y el modo; que busca el tiempo y el lugar en el que conviene actuar y evita los pasos inútiles y falsos. Para esto, se requiere experiencia, instrucción, reflexión, meditación y oración antes de actuar.

Se requiere saber pesar los pros y contras, escuchar los consejos de aquellos que tienen experiencia. Al final de cuentas, para saber llorar socialmente, se requiere eso que llamamos “madurez espiritual”.

Llorar para que se haga la Voluntad de Dios

“Venga tu Reino, hágase tu Voluntad”. Esta es la invocación al Padre. Esta invocación concentra la actitud de los afligidos delante de la realidad del mal en la que se encuentran. Pero es una invocación en la acción contextualizada que se deriva del discernimiento de los signos de los tiempos.


Todo bautizado debe saber que entristecerse y llorar por la situación del mundo es condición fundamental para ser el Cuerpo de Cristo en el mundo. Que es necesario sentir una “tristeza religiosa” que llora el mal humano.

Es necesario afligirse por la situación humana, social, por la conciencia que en este mundo hay un dominio del mal y no lo podemos dejar reinar, porque quien debe reinar es Dios.


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